Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

60 años de Mafalda: La niña que sigue desarmando nuestro castillo de naipes

IMG_1270

Sesenta años han pasado. Y sí, aquí estamos. Todavía. Mafalda apareció en el mundo como un terremoto silencioso, con su lazo rojo y sus preguntas, que tienen la capacidad de dejarnos sin aliento sin necesidad de levantar la voz. Y no, no es nostalgia lo que sentimos hoy al celebrarla. Lo que sentimos es esa mezcla incómoda entre admiración y vergüenza. Porque Mafalda, con su lógica implacable, sigue mirándonos como si fuéramos esos adultos que, seis décadas después, todavía no sabemos bien qué estamos haciendo.

A ver, reconozcámoslo: nunca fuimos rivales para ella. Mientras nosotros nos enredábamos en discursos sobre política, guerras, crisis económicas y hambre mundial, ella, con una simple pregunta, desarmaba todas nuestras excusas. ”¿Por qué hay hambre si sobra comida?” Es difícil responder algo coherente cuando una niña de seis años te pregunta lo que llevas evitando toda tu vida. Porque, claro, Mafalda no quiere nuestras respuestas prefabricadas, esas que ya no convencen ni a quien las dice. Ella quiere que dejemos de fingir, que nos atrevamos, por una vez, a admitir que tal vez, solo tal vez, no tenemos ni idea de cómo solucionar nada.

Y es que, a pesar de todo nuestro avance tecnológico, seguimos huyendo de lo simple. Nos encanta complicarlo todo. Construimos sistemas enteros de justificaciones para mantenernos ocupados, para que parezca que estamos haciendo algo. Pero en realidad, seguimos tragándonos la sopa amarga que nunca nos gustó. Eso sí, con mucha elegancia. Y mientras tanto, Mafalda se ríe en un rincón, sabiendo que lo que para ella es obvio, para nosotros sigue siendo un misterio.

¿Acaso creíamos que después de seis décadas las preguntas de Mafalda iban a caducar? Qué ingenuos. Aquí estamos, en pleno 2024, con internet, inteligencia artificial, redes sociales y todo lo que se nos ocurra. Pero Mafalda nos sigue dejando sin palabras. Podría abrir una cuenta de Twitter y lanzar un simple: “¿Ya habéis resuelto algo?” Y probablemente colapsaríamos de la vergüenza digital. Porque, entre tantas discusiones y tweets indignados, nadie sabría qué responder.

Lo más brillante de Mafalda no es solo que tenga las preguntas más incómodas del mundo, sino que ni siquiera se molesta en sermonear. No necesita convencernos de nada. Nos mira, lanza su pregunta y nos deja en el vacío, luchando por no caernos de la silla. Mientras nosotros seguimos construyendo castillos de naipes llenos de promesas y reformas a medio hacer, ella ya sabe que, tarde o temprano, vendrá un soplo de viento —o de realidad— y todo caerá. Y ahí estaremos, recogiendo las cartas del suelo como si fuera la primera vez.

Quizás sea eso lo que más duele. No que Mafalda nos enfrente a nuestra propia incompetencia, sino que lo haga con esa tranquilidad que solo los niños tienen cuando te preguntan por qué el cielo es azul, como si la respuesta fuera evidente. Porque para ella lo es. La diferencia es que nosotros nos pasamos la vida complicando lo que no necesita ser complicado. Y ella lo sabe. Por eso, mientras nosotros nos retorcemos tratando de parecer ocupados, Mafalda simplemente se dedica a hacernos preguntas que, en el fondo, no queremos contestar.

Y aquí estamos, celebrando sus 60 años como si ya hubiéramos resuelto todo lo que ella nos planteó. Porque claro, ahora tenemos cosas como el cambio climático, la inteligencia artificial, pandemias, conflictos internacionales. Más complicaciones, más sopa. Pero, por más que intentemos disimularlo, lo que Mafalda preguntaba hace sesenta años sigue siendo lo que realmente importa. “¿Por qué no cambiamos?” Y esa es una pregunta que, por más que le demos vueltas, nos sigue dejando sin respuesta.

Así que celebremos, claro que sí. Celebremos que Mafalda sigue aquí, mirándonos desde su viñeta en blanco y negro, esperando que algún día nos demos cuenta de lo absurdo que es todo esto. Porque, en el fondo, lo que ella quiere no es una gran revolución, ni respuestas épicas. Lo que quiere es que dejemos de hacer las mismas tonterías de siempre. Porque, mientras sigamos jugando a ser adultos, ella seguirá pateando nuestro castillo de naipes una y otra vez. Y lo mejor de todo es que, cuando lo haga, ni siquiera lo verá como un gran logro. Para ella, es solo una pregunta más.

Twitter
LinkedIn
Facebook
Telegram
WhatsApp
Email

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Le puede interesar

Scroll al inicio
INCORRECCIÓN POLÍTICA

Únase al proyecto