Los intrusos
La complejidad llega a nuestras costas en forma de desesperación chantajista. Ante las imágenes de inmigrantes abrazados a militares y voluntarios, agotados tras cruzar a nado el espigón, una no puede sino sentir que algo se quiebra, siente que la humanidad se esfumó hace tiempo en un mundo en el que otros intereses siempre importaron más. Al fin y al cabo, son niños, son jóvenes, son personas, son vidas. Ahora bien, y he aquí la controversia de una realidad que aparece una y otra vez como pura y simple contradicción, tampoco creo que nadie se sienta indiferente ante las alarmas de los vecinos ceutíes que ven su seguridad amenazada por algaradas y asaltos. El otro día leía un mensaje en el que se preguntaba a la ministra de Igualdad si sería capaz de exclamar en Ceuta “sola y borracha quiero volver a casa”, qué quieren que les diga, no sé si podría hacerlo y, sinceramente, comprendo esa inquietud.
¿Qué hacer ante esta feroz contradicción?, ¿cómo comportarnos ante este batiburrillo sentimental?, ¿es posible negar la realidad y fingir que cada devolución a Marruecos no es una preocupación menos y, a la par, una ignominia más? Acogería a cada persona que se desplomara en la playa buscando ayuda, no tengo duda, pero también pagaría hasta el último céntimo del alquiler de aquél que espera su turno en la cola del hambre. Si de nosotros dependiese, la delincuencia no existiría y no estaría relacionada con la pobreza que persigue al inmigrante ilegal. Si de nosotros dependiese, viviríamos nuestro día a día sin mayores turbaciones sabiendo que el planeta es un lugar seguro para cada persona de bien. Ojalá la diversidad cultural se limitara a compartir la gastronomía y el arte y no implicase lidiar con velos, burkas o valores inconciliables. Ojalá en Babel se hablase la misma lengua, o mejor aún, ojalá el sonido de los diferentes lenguajes fuese acompasado y rítmico, como una melodía agradable y seductora. Pero no es así.
La otredad siempre ha sido un foco de problemas, angustias y desvelos. “El infierno son los otros” (p. 55) nos descubría Sartre (1944) en A puerta cerrada. Digo descubría casi con misericordia, porque siempre lo supimos, siempre supimos del miedo que nos produce la extrañeza, del resquemor que sentimos ante el diferente, de la pelea interna que sufrimos cada vez que hemos de reunir el coraje necesario para desprendernos de nosotros y ponernos en el lugar del “otro” (nuestra pareja, nuestros hijos, nuestros conocidos, ya no hablar del extranjero, del intruso):
El intruso se introduce por fuerza, por sorpresa o por astucia; en todo caso, sin derecho y sin haber sido admitido de antemano. Es indispensable que en el extranjero haya algo del intruso, pues sin ello pierde su ajenidad. Si ya tiene derecho de entrada y de residencia, si es esperado y recibido (…), ya no es el intruso, pero tampoco es ya el extranjero. Por eso no es lógicamente procedente ni éticamente admisible excluir toda intrusión en la llegada del extranjero.
(…) Recibir al extranjero también debe ser, por cierto, experimentar su intrusión. La mayoría de las veces no se lo quiere admitir: el motivo mismo del intruso es una intrusión en nuestra corrección moral (es incluso un notable ejemplo de lo politically correct). Sin embargo, es indisociable de la verdad del extranjero. Esta corrección moral supone recibir al extranjero borrando en el umbral su ajenidad: pretende entonces no haberlo admitido en absoluto. Pero el extranjero insiste, y se introduce. Cosa nada fácil de admitir, ni quizá de concebir…
Nancy, Jean-Luc, 2021, pp. 12-13.
Una mirada geopolítica
El debate desde el plano individual es irresoluble, es turno de echar una ojeada al panorama que dibuja la cuestión vista desde la perspectiva política y geoestratégica. Atendiendo a este suceso en particular advertimos que, una vez más, la clase política no defrauda y los dirigentes de los Estados vuelcan sobre la opinión publica cuestiones que les superan con creces. Y les superan no ya por estupidez o estulticia del ciudadano de a pie, sino por falta de información, por desubicación en el panorama internacional, porque no es su cometido.
Se seleccionan las imágenes que han de llegarnos de un acontecimiento trágico, como es el sucedido en Ceuta, se eligen los mensajes y las palabras que se emplearán, incluso se crean hashtags a medida de las circunstancias. Deben ustedes sentir pena, dicen unos, deben sentir miedo, vociferan los contrarios. Deben sentir, sentirse, emocionarse, encolerizarse o llorar. No se pregunten si había que acoger a Brahim Ghali, líder del Frente Polisario, en nuestros hospitales riojanos con una identidad falsa cuando podría haber sido tratado en Argel. No pregunten si a este hombre le busca la justicia española por delitos tales como torturas contra saharauis disidentes o por atacar a pesqueros canarios. No pregunten si España ha hecho dejación de funciones en política exterior desde hace décadas. No cuestionen si aceptar día sí y día también los chantajes de una monarquía que lanza a su población más vulnerable al mar nos dignifica como país. Tampoco busquen la respuesta tajante de la Unión Europea en materia migratoria o un alineamiento del recién electo Biden con los Derechos Humanos. No pregunten, sientan. No piensen, emociónense. “Crisis humanitaria”, “invasión”, “zona gris”, “islamización”, “crisis diplomática”, “país socio y amigo”, “devoluciones en caliente” (ahora conocidas como “rechazos en frontera”), “humanidad”, “buenismo”, “derechos humanos”, “realpolitik”. Todo de golpe, atropelladamente. La polarización aumenta. Los vídeos se suceden. Los insultos se profieren sin piedad.
Hay demasiado ruido para que el pensamiento pueda suscitarse, demasiadas sombras para ver nuestro reflejo en el espejo. Y vuelve la misma pregunta una y otra vez, ¿es posible que el alma se te parta al ver a un joven desesperado abrazado a un militar en las playas ceutíes y, al mismo tiempo, compartir la preocupación de nuestros compatriotas que sienten amenazada su seguridad? No podemos negar que las fronteras existen; son un mal necesario, pero son y las necesitamos. Sólo desde las fronteras se puede tejer un espacio de soberanía compartido, sólo en esas delimitaciones contingentes, fruto de la historia y del lecho, podemos establecer libertades y obligaciones. Lamento que así sea, pero no ignoro que así es.
Tampoco podemos dejar de pensar una cuestión compleja y sencilla a la vez, nadie quiere migrar si no se ve forzado a ello, nadie abandonaría un lugar próspero, si quiera uno en el que, sin ser boyante, se atisben posibilidades de futuro. Los lugares de origen son lugares asolados por la pobreza, la corrupción o la guerra. Aquellos jóvenes que tienen más posibilidades de prosperar se juegan la vida en una odisea cargada de desgracias inenarrables. No cabe quedarse en la anécdota de esta crisis, como de otras muchas; cada vida cuenta, cierto, pero el Mediterráneo seguirá plagado de cadáveres por más que paguemos millones a Marruecos o a Turquía. Podemos sentir, sentir y sentir. Podemos sentir vergüenza, odio, miedo, tristeza, pero la política a gran escala no es cosa de vidas, sino de números. Trasladar la culpa al ciudadano de a pie es, en el mejor de los casos, estéril, sino hipócrita e indecente. Exijamos eficacia, gestión y responsabilidad.
El infierno
Con todo y lo anterior, dejando el plano político y volviendo al plano moral e individual, toda reflexión alejada de los maniqueísmos triviales es fuente de conocimiento y florecimiento. Aunque esta misma reflexión nos desvele esa amarga verdad que Quevedo quería echar de su boca. La crisis que estamos sufriendo nos ha dado la oportunidad de encontrarnos en esa permanente contradicción que de vez en cuando nos lleva a extrañarnos a nosotros mismos (benditos momentos sobrecogedores). ¿Quién soy yo?, ¿con quién lloro, por quién lloro? Me refiero a ese malestar interno que hace aflorar nuestra existencia como si un minuto antes no hubiera nada y, de pronto, compungidos, nos damos cuenta de que pensamos. Del mismo modo que esos recién llegados a las playas, este dilema moral en el que vivimos muchos, por unos instantes nos ha vuelto unos extraños para nosotros mismos, tal vez unos “intrusos”. “El intruso no es otro que yo mismo y el hombre mismo” (Nancy, Jean-Luc, 2021, p. 45). Con todo, termino ya estas reflexiones intrusivas y extemporáneas afirmando con Sartre aquello de que el infierno son los otros, no obstante, a esta inexorable verdad me atrevería a añadir: el infierno son (nos)otros.
Bibliografía
Jean-Luc, Nancy. (2021). El Intruso. Amorrortu Editores España SL.
Sartre, Jean-Paul. (1944). A puerta cerrada. Losada.