«Van dos hombres en un tren y uno de ellos le dice al otro “¿Qué es ese paquete que hay en el maletero que tiene sobre su cabeza?”. El otro contesta: “Ah, eso es un MacGuffin”. El primero insiste: “¿Qué es un MacGuffin?”, y su compañero de viaje le responde: “Un MacGuffin es un aparato para cazar leones en Escocia”. “Pero si en Escocia no hay leones”, le espeta el primer hombre. “Entonces eso de ahí no es un MacGuffin”, le responde el otro»[1].
En las entrevistas que concedió Hitchcock, nos confesó los más sublimes juegos y trampantojos de los que se servía el maestro del cine de suspense para envolver al espectador en la trama y llevarlo, cual conejillo de indias, hacia donde se le antojaba al director. Tanto es así, que sus películas no serían lo mismo si careciesen de un último sentimiento de estafa, de sentirse engañado, desvelado y desnudo; un sentimiento vergonzoso y humillante. Me atrevería a decir que disfrutar de Hitchcock va de la mano de disfrutar de sentirse utilizado y, si acaso, engañado.
No obstante, lo que vale para el cine y para el arte difícilmente vale para la vida y la política. El acto del gran director hollywoodiense es a todas luces inmoral, a él le permitimos (e incluso le pedimos silenciosamente) que rompa el pacto ficcional y sea deshonesto. Justificamos y reconocemos como un acto de maestría que empleé el recurso al MacGuffin que no deja de ser, a fin de cuentas, una maniobra de distracción que atrae nuestra atención haciéndonos creer que cierto elemento o suceso en la trama es de vital importancia cuando no es más que eso, un MacGuffin, algo que carece de relevancia, no es nada. Mientras nos debatimos por el significado de ese imprevisto, la verdadera historia está llevando su propio cauce.
A mi entender, algo no muy distinto ha sucedido en la lectura de lo acontecido en la manifestación del 13 de junio en Colón que han querido trasladarnos desde los medios de comunicación más relevantes del país, así como desde la Moncloa y sus adláteres, incluso desde las fuerzas de la oposición. Tras escuchar a unos y a otros, tengo la sensación de que desde el comienzo nos han llevado a cazar leones a Escocia y hemos acudido resueltos al encuentro.
Los dos MacGuffin del 13J
Comencemos por el primer de los MacGuffin del que todo el mundo habla y que, sin embargo, carece de importancia a la luz de los acontecimientos. Efectivamente, el Rey firmará los indultos si estos son concedidos por el presidente del Gobierno. De hecho, creo que nadie lo ha puesto en duda, ni siquiera Isabel Díaz Ayuso, como se ha intentado hacer creer. Ciertamente, no creo que nadie considere que la presidenta de la Comunidad de Madrid es una experta en derecho constitucional, ni siquiera que sepa desenvolverse con soltura en cuestiones de Estado, tampoco ella ha tratado de vender ese perfil, sin embargo, sus torpes palabras el 13 de junio han sido empleadas como un elemento de distracción perfecto. Si bien es cierto que cabría plantearse por qué la señora presidenta está tan segura de la posición de Don Felipe VI al respecto[2], así como que la destrucción de España tal y como la conocemos es una consecuencia irremediable de la firma de esta concesión. El histrionismo, como pueden comprobar, está alícuotamente repartido en la política española.
Un segundo Macguffin a destacar es que, pese a cómo se ha plasmado en la prensa y las tertulias televisivas, no es cierto que en Colón asistieran únicamente los fachas y ultraderechistas de este país. Lo lamento por muchos que apoyan su relato en esta idea a todas luces falsa, pero creo que es una lectura miope de lo acontecido y, de ser así, puede llevarlos a análisis muy sesgados y poco útiles. Como pudo verse en las imágenes, los asistentes eran de todo tipo y condición. Podríamos debatir si personas como Rosa Díez, Fernando Savater, Andrés Trapiello, Albert Boadella, Félix Ovejero o Félix de Azúa, entre otros, son nostálgicos del franquismo o violentos ultraderechistas, como quiera que sea, fueron estas personas las que bajo el sello de Unión 78 convocaron la manifestación con este propósito:
Como ciudadanos, no toleraremos que los institucionalmente encargados de cumplir y hacer cumplir la Constitución la consideren un estorbo o la mutilen de sus defensas legales. No sabemos qué deudas estratégicas tiene el actual gobierno con los separatistas, pero queremos dejar claro que muchos españoles demócratas ni las asumimos, ni las aprobamos ni queremos pasarlas por alto. Ha llegado el momento de hacer visible en la calle nuestra discrepancia cívica[3].
Parece una declaración de intenciones justa y razonable, no sé si certera, pero desde luego, no vengativa o protofascista.
¿Dónde poner el foco?
Si alguno de ustedes se aventuró a sintonizar con alguno de los populares programas de política que retrasmitieron y comentaron (“analizaron”) el acto, verán que estas dos cuestiones recorrieron la conversación como si por sí solas explicasen qué sucedió el 13 de junio. Hitchcock estaría orgulloso de la habilidad de algunos spin doctors (asesores políticos, de toda la vida) para crear estados de opinión. No obstante, creo que el núcleo de la cuestión hay que buscarlo en las palabras que Andrés Trapiello pronunció ese día, así como en el fragmento del manifiesto que hemos reproducido unas líneas más arriba: “hacer visible en la calle nuestra discrepancia cívica”. Con algo más de conmoción, pero con un fondo similar, Trapiello anunciaba:
Hemos oído también que esta manifestación no servirá de nada porque los indultos ya están pactados y decididos. No es cierto. Los actos morales y políticos tienen consecuencias y este nuestro es un acto moral y político. Estamos aquí, o yo al menos estoy aquí, decía, por respeto a mí mismo y porque no hay utilidad pública mayor que decir en público lo mismo que decimos en privado, se sea de derechas, de centro o de izquierda; en este caso: No a los indultos[4].
He aquí la cuestión. Dejemos de buscar elefantes en Escocia. Los protagonistas no eran los políticos, aunque ahí quisieron poner el foco los (de)formadores de opinión. La cuestión no era si Abascal se cruzaría con Casado, si Arrimadas estaría en primera línea o si se escucharían abucheos hacia unos u otros. Como todos sabemos, el acto de Colón no servirá para nada más que encumbrar a Sánchez y envalentonarlo en una decisión que está tomada desde hace tiempo[5]. No era el propósito evitar los indultos, evidentemente. Como tampoco lo era el acabar con las tropelías de los líderes independentistas. Estando a favor o en contra del manifiesto y su causa, aquí se trataba de una cuestión moral. La inutilidad de hacer lo que uno siente y piensa que es correcto, aunque no se traduzca en un resultado palpable y hacerlo hasta sus últimas consecuencias. Y, si me permiten, creo que en días como los que vivimos, algo así suena a victoria.
Nos distrajeron. Poco se habló de la ciudadanía proveniente de diferentes rincones de España y desde posiciones políticas muy distintas que acudió al encuentro. Y lo hicieron simplemente para decir “no” a lo inevitable. Para expresar “así no, de ese modo no, a este precio, no”. Quizá estén equivocados, si les soy sincera, ojalá estén equivocados porque los indultos se van a conceder. Pero, sea como fuere, creo que hemos de decir basta a las distracciones. No todo vale en política. Lo que le permitimos a Hitchcock no hemos de permitirlo a Iván Redondo. Este juego de marionetas y distracciones para ir cumpliendo punto por punto una hoja de ruta acordada tiempo atrás es una burla a la ciudadanía. No ha habido deliberación, no conocemos las condiciones, los motivos o razones.
“Confíen”, “sean magnánimos”, “desoigan al Tribunal Superior de Justicia”, nos dicen mientras vemos millones de euros rumbo a Cataluña, asistimos a los desplantes a las instituciones por parte de aquellos que se sentarán en la mesa de diálogo y como las competencias que se les transfieren están haciendo de facto (que no de iure) que Cataluña sea un Estado independiente. Muchos sostienen que Sánchez ha tomado la decisión por interés propio, para permanecer en la Moncloa o mirando a un posible futuro en Europa donde, al parecer, los indultos serían bien vistos. No lo sé. Lo que sí que pienso es que perder las formas en política es perder el respeto a los ciudadanos. Estoy convencida de que aquí no hay ni buenos ni malos españoles, ni buenos ni malos constitucionalistas. El arte puede jugar con nosotros como le plazca, desdibujar los límites trazados, enredar nuestra alma, pero, si bien la política es un arte, “los actos morales y políticos tienen consecuencias”. Son muchas las personas que sufren en sus carnes los estragos del Procés y son mayoría los españoles que no quisieran tener que escuchar en no mucho tiempo al presidente del Gobierno referirse a Cataluña como “ese país del que usted me habla”.
Así pues, dejando a un lado los MacGuffin que nos impiden ver el camino, espero que se encienda y siga viva la llama de la crítica ilustrada que dice “no” a lo que considera injusto, aunque aparentemente no sirva para nada, aunque deba hacerlo en el páramo que otros han dejado tras de sí.
[1] «Entrevista a Alfred Hitchcock», incluida en Las grandes entrevistas de la historia (1859-1992).
[2] En lo que al procedimiento respecta, su opinión no tiene relevancia alguna, pero su negativa es algo que los partidarios de lapidar a Sánchez dan por hecho.
[3] http://www.union78.es/index.html
[4] https://www.elindependiente.com/wp-content/uploads/2021/06/Andrés-Trapiello-Discurso-13J.pdf
[5] Ciertamente, con lentes estrechas, puede decirse que el acto de Colón no sólo no sirvió para nada, sino, que, además, perjudicó a la causa que decíase defender. Sin embargo, tal y como veo lo sucedido, me parecería un peligro tan pueril como precipitado que desde Moncloa se auto convenzan de que esta manifestación no vaya a servir de revulsivo para que el descontento de la ciudadanía respecto al gobierno de Sánchez comience a plasmarse en las calles, como se hizo patente en las elecciones madrileñas. Si bien es posible que la proclamada recuperación económica, la superación de la crisis pandémica y el devenir del tiempo difuminen estos reproches al Gobierno, no creo que convenga jugárselo todo a una carta. En cualquier caso, no dudo que la retahíla de asesores que orienta al Gobierno tiene un ojo avizor mucho más preparado y preciso que el de una servidora.