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Desensibilización digital: El lamento por la contemplación perdida

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La paleta emocional del Barroco: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra

Entre las grietas amoratadas del Barroco resonaban los cuatro humores, y Wittkower, en su obra «Nacidos Bajo el Signo de Saturno», nos los presenta con claridad, delineando un paisaje esculpido por las tensiones sociales de la época. ¿Qué significan estos cuatro humores que emergieron en la fragua apasionada de ese arte titánico? Estos humores, con raíces en la antigua teoría médica, se concebían como los fluidos corporales que ejercían influencia en el temperamento y la salud.

La sangre, asociada con la alegría y la vitalidad, se refleja en las obras barrocas a través de la exuberancia y la intensidad emocional. La flema, representante de la tranquilidad y la serenidad, se manifiesta en composiciones que exudan calma y equilibrio. La bilis amarilla, ligada a la ira y la pasión, emerge en las creaciones impregnadas de intensidad y fervor emocional. Y la bilis negra, vinculada a la melancolía y la profundidad introspectiva, se revela en las obras que exploran los rincones más oscuros del alma.

Estos humores constituyeron ni más ni menos que la paleta emocional que coloreó las obras maestras de la época barroca. Cada trazo del pincel y cada nota musical eran los vehículos para decir algo de la condición humana, del hombre, de la trascendencia, de lo sublime, de la gloria. En este contexto, el arte se convierte en un reflejo palpable de la intersección entre la historia, la psicología y la creatividad desbordante que definió esa época fascinante.

Siguiendo el hilo que va tejiendo Wittkower, advertimos majestuosamente como el Barroco late con una melodía melancólica, una danza saturniana impregnada de bilis negra. No hace falta pensar mucho antes de dar la razón al autor. Las obras retorcidas de Borromini son como monumentos arquitectónicos a esa melancolía que nos embauca y aventura hacia una complejidad introspectiva. Por su parte, la cólera, intensa y apasionada, se refleja en las pinturas de Caravaggio. Así como la arquitectura teatral de Bernini, que se erige como una manifestación colérica, poderosa y desbordante.

Toda esta dualidad de exuberancia y decadencia suspendida en un equilibrio humoral puede interpretarse como la expresión de una calma serena que, y he aquí la clave del asunto: nos sumerge en una contemplación pausada.

 

El nuevo Barroco pixelado

Y ahora, sin perder de vista la vitalidad del Barroco, destilada por Wittkower, volvamos de este viaje maravilloso a ahora, aquí, nuestro tiempo, nuestro momento. Pareciera en una primera reflexión, tal vez demasiado apresurada, que no es mucho lo que nos separa de la hipersentimentalidad de esta época. En la vorágine de la posmodernidad, nuestro viaje estético se sumerge en un espacio donde el ritmo acelerado nos expone a una avalancha constante de estímulos novedosos y ardientes. Las redes sociales, en su búsqueda de atención, se parecen al Barroco en su saturación, en su horror vacui, en su exceso, pero me atrevería a aseverar que, en este caso, la línea entre arte y exhibición se desdibuja y, como de costumbre, salimos perdiendo.

Las plataformas digitales nos atrapan, cada uno es creador y espectador. Sin embargo, a diferencia del Barroco, la velocidad de nuestras pantallas apenas deja tiempo para digerir la contemplación y emocionarse auténticamente. La esencia del Barroco se diluye en una paradoja moderna: la sobreexposición nos deja ávidos de autenticidad, de aura, de lo artístico. Dopamina, dopamina, dopamina para los adictos a la tecnificación. Las redes sociales, con sus filigranas digitales, tienen algo de barroco, pero poco de arte duradero y nada de belleza. La búsqueda de atención instantánea no permite que las emociones arraiguen y que la reflexión sedimente la experiencia.

¿Cuántos momentos de “auténtica” contemplación perdemos en virtud del scroll constante? Más aún, he aquí la pregunta intrigante a la par que preocupante (o no): ¿seguimos siendo capaces de alcanzar tal estado de alumbramiento? En mi opinión, la era digital, aunque llena de posibilidades, nos asfixia en un espacio donde la saturación visual y emocional eclipsa la profundidad que la experiencia artística ‘auténtica’ (si es que puede hablarse de algo semejante) puede ofrecer, nos desensibiliza.

En este nuevo Barroco digital, enfrentamos el reto de encontrar genuina sorpresa en medio de la sobreabundancia. Las emociones elevadas, aquellas que requieren de reflexividad, merecen más que un simple vistazo fugaz. En un mundo que se mueve rápidamente, quizá sea tiempo de reclamar la contemplación, de buscar momentos de silencio en medio del ruido digital. De modo que ‘shhhh’, callemos, callemos todos, dejémonos deleitar, no busquemos, no nos agitemos, callemos, contemplemos, celebremos. Esperemos a que Saturno nos acoja en su seno, a que la bilis negra nos atrape, aguardemos a la “novia silenciosa”, a la “amante dichosa”, la “íntima pareja del ayer”. Sí, señora Melancolía, añoramos infinitamente su pamela, sus impertinentes, su botón; oh, “damisela soledad”, venga, le aguardamos junto al árbol que plantaron los abuelos.

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