Si tomamos, por ejemplo, el Leviatán de Thomas Hobbes advertiremos cuán importante era para este autor, así como para los pensadores de la época, la conceptualización y el lenguaje. No es baladí, vivía en tiempos convulsos, en los albores de la modernidad, donde no eran de extrañar actitudes escépticas ante los principios morales y las concepciones de generaciones anteriores. Era un momento en el que se dibujaba una nueva episteme, un nuevo modo de ver y habitar el mundo, que había que cartografiar. La importancia que este pensador daba a la limitación certera de las palabras queda de relieve en la siguiente sentencia:
Si advertimos, pues, que la verdad consiste en la correcta ordenación de los nombres en nuestras afirmaciones, un hombre que busca la verdad precisa tiene necesidad de recordar lo que significa cada uno de los nombres usados por él, y colocarlos adecuadamente; de lo contrario, se encontrará él mismo envuelto en palabras, como un pájaro en el lazo; y cuanto más se debata tanto más apurado se verá (Hobbes, T. (2013). Del ciudadano; Leviatán: antología de textos políticos. Tecnos, p. 94).
Así pues, entendía que la definición era el primer uso del lenguaje y que era imperioso cerciorarse de emplear las definiciones adecuadas para poder pensar con rigor. En el pensamiento, los conceptos y las palabras se ponen en juego para construir un armazón coherente en el que unos términos se refieran a otros y en el que las contradicciones y los sinsentidos no ocupen lugar. Las palabras y sus significados son los ladrillos de los tabiques que mantienen más o menos erguida la arquitectónica de la razón. Que un nombre signifique A o B tiene implicaciones en la cadena argumentativa que teje el pensamiento y afectará al resto de conceptos, aquí no hay “significantes vacíos”, aquí todo está (o aspira a estar) perfectamente delimitado, categorizado, definido.
Si tenemos en cuenta esta manera de comprender el pensamiento, no tardaremos en darnos cuenta cuán importante es el poder de aquel que tiene la potestad de poner y quitar los nombres. De lo poderoso que hizo Dios a Adán al otorgarle tal autoridad cuando éste habitaba el Paraíso. Si tenemos en cuenta esta manera de comprender el pensamiento, no tardaremos en vislumbrar cuánta filosofía hay en el Diario Oficial del Estado. De lo poderosos que hacemos a nuestros representantes al otorgarles la potestad de moldear la realidad definiendo los términos y legitimándolos bajo el sello de la institución.
Sin ir más lejos podemos acudir a la ‘Ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI’ que en sus disposiciones generales dentro del Título Preliminar, concretamente en su artículo 3, nos ofrece una serie de definiciones entre las que se incluye, por ejemplo, la de identidad sexual que quedaría enmarcada en los siguientes términos “vivencia interna e individual del sexo tal y como cada persona la siente y autodefine, pudiendo o no corresponder con el sexo asignado al nacer”. Vemos en esta definición una toma de partido del todo interesante que aboga por una separación entre “interior” y “exterior” en referencia a la “vivencia”, así como la existencia de la individualidad y la posibilidad de la autodefinición. Y lo hace como si precisamente el αὐτο (auto-) no fuera un prefijo sumamente problemático sobre el que la filosofía sigue dando vueltas aun a día de hoy, como si la concepción del individuo como un átomo autosuficiente y hermético no fuera una idealización que poco o nada tiene que ver con la realidad, como si la línea que separa lo interno de lo externo no fuera tan difusa como cuestionable. Sin embargo, queda sentenciado en el BOE y sobre esta y otras definiciones se sostienen las leyes.
Por su parte, la ‘Ley de protección y bienestar de los animales’, sin contar con un apartado explícito de definiciones, en su exposición de motivos habla de animales como seres sintientes y es en virtud de ese “sentir” que le corresponderían ciertos derechos e incluso ‘bienestar’ como se presume en el mismo título de la Ley. Desde esta perspectiva, esta ley no se refiere a las obligaciones de las personas para con los animales, sino de los derechos de estos “seres sintientes”. Pero, ¿qué es sentir?, ¿podemos hablar de “sentir” en los mismos términos en los que nos referiríamos al sentimiento de un ser humano cuando no hay un lenguaje elaborado de por medio, ni, a todas luces, una subjetividad compleja como la nuestra?
Podemos también traer a colación el dictamen sobre el recurso contra la ley del aborto que presentó el Tribunal Constitucional en cuyo borrador se precisa que el nasciturus no es titular del derecho a la vida, evidenciando una petición de principio de qué sea aquello a lo que llamamos vida y asumiendo, en virtud de lo visto en la Ley de Protección Animal, que tampoco se ha considerado que el no nacido sea un ser sintiente pues, en ese caso, le corresponderían una serie de derechos como ocurre con los animales y, ¿qué derecho es más fundamental que el de la vida?
Como ven, una vez más, me he metido en una serie de jardines que parece recomendable no pisar en una sociedad cada vez más polarizada y menos dada a los matices y a la reflexión, sin embargo, aquí me tienen, pisando y pisoteando este enjundioso jardín. Quisiera remarcar que con las preguntas que lanzo trato de no posicionarme, en este escrito no quiero ni pretendo presentar mi opinión respecto al aborto, el “bienestar” animal o la autodeterminación de género. Simplemente he traído a colación tres ejemplos en los que puede palparse ahora mismo la importancia de la filosofía y la ausencia de ésta en muchos de los debates que nos circundan. Las peticiones de principio son algo común en cualquier sociedad y tratar de dar con todas las respuestas nos conduce inexorablemente a un regreso al infinito emocionante a la par que paralizante. Ahora bien, el silencio no es la solución, menos aún cuando es impuesto y cuando la duda es tachada de “inmoral” (¿inmoral?, nuevamente asistimos a una petición de principio). Frente al silencio cómplice o el dogmatismo encarnizado, siempre y en todo momento, sapere aude!
3 comentarios en “Diagnóstico: déficit de buena filosofía en el BOE. Causa: ausencia de debate. Pronóstico: …”
Una grandísima reflexión. Tantas contradicciones son sin duda una falta de las bases filosóficas que deberíamos tener. Una falta del deber de (auto) cuestionarnos y definir un plan claro y coherente.
En especial, en política, lo que falta es ese plan. Esa visión «desde arriba» de cuál es la visión y la misión y en qué queremos convertir el mundo. Diría que antiguamente esto estaba claro, ahora todo es un sálvese quien pueda, ganando aliados a costa de tener principios (varios y diferentes).
Dos ejemplos de la falta de coherencia que es evidente pero que nadie quiere ver.
En el caso de la ley trans, se ampara a aquella persona que siempre se ha sentido de otra manera para que haga efectivo su sentir en la burocracia. Así, el Estado corrobora que esa persona siempre ha tenido ese género independientemente de su físico y que en consecuencia, no hay una persona que esté en ventaja frente a otra por ser de un género u otro.
Sin embargo, los mismos defensores de esta idea, justifican que un maltratador que se cambie de sexo tras ser denunciado tendrá que ser juzgado como hombre, ya que era hombre cuando cometió el delito.
En el caso de los antiespecistas, partiendo de la base de que el ser humano no está por encima de los animales, lo que hacen es humanizar a los animales dándoles características humanas a su sentir partiendo de una base hedonista (algo propio, al menos, de la razón humana) en la que el sufrimiento de identifica con algo malo y el placer con algo bueno.
En primer lugar, quisiera agradecerle que haya leído la publicación y haya escrito un comentario tan agudo. Como apuntaba en el escrito, mi pretensión no es dar mi opinión sobre cuestiones complejísimas que me desbordan, sino precisamente apuntar esa complejidad. Manejar conceptos es una labor muy delicada y de su plasmación en el BOE se siguen efectos jurídicos con un impacto en la realidad del que debemos ser muy conscientes. La crítica sería en todo caso a la ausencia de un debate abierto entre las diferentes posturas, a la falta de explicaciones fundamentadas y razonadas de las decisiones tomadas y a la proliferación exagerada de faltas de principio en nuestros textos legales. Esto, en mi opinión, es algo que nos concierne a todos. Reitero mis agradecimientos, un abrazo y sapere aude!
Aprecio su reflexión profunda y bien fundamentada y comparto su preocupación por la falta de coherencia en la sociedad actual, especialmente en política, por no hablar de la ausencia de planes a largo plazo, fruto de una época que trató de dar portazo a los Grandes Relatos para sustituirlos por lo fragmentario. Sus ejemplos sobre la ley trans y el antiespecismo destacan contradicciones interesantes que habría que abordar con delicadeza y firmeza. Coincido en la importancia de cuestionarnos y buscar una visión más clara y coherente para el futuro. ¡Gracias por compartir sus ideas! Sapere aude!