El coraje de dudar en tiempos de guerra. Más allá de las trincheras ideológicas.

1984-Pensar

Buenas noches, un mar de inseguridades me llevan de nuevo al lugar vacío de la hoja en blanco para llenarlo con angustia, con insignificantes preguntas carentes de valor, con un ánimo sepultado por el miedo al molde artificioso que lo rodea y limita, el temblor de la histeria me devuelve al reposo del negro sobre el blanco del papel, del rigor de su rugosidad, de la paciencia de sus comas, de sus puntos, pero, sobre todo, de sus interrogantes, de su ¡oh, bendita duda! ¡Oh, bendita duda en tiempos de penumbra, tenebrosos, oscuros, tristes y risueños! ¡Oh, bendita duda ahora que los cadáveres se apilan y el pensamiento se apaga!

Ahora que todo el mundo tiene las cosas tan claras, que los bandos están tan perfectamente perfilados, la duda y la crítica no es que no tengan lugar, es que directamente estorban. Desde arriba se censuran, desde abajo se apalean, y desde dentro se niegan. Personalmente, llevo buen tiempo pidiendo a la opinión “informada” un mínimo de rigor y análisis estratégico e histórico en lo que al conflicto de Ucrania respecta. Con todos mis respetos, me escandaliza que la única respuesta de los medios de información ante una guerra que supondrá el comienzo de una nueva era en términos de política internacional sean imágenes una tras otra de muertos y miseria. El único sonido que nos llega es el de las sirenas, las bombas y el llanto de los niños. Y les juro que tales instantáneas repetidas horas y horas y horas me estremecen el corazón, les prometo que cada persona civil o militar que yace muerta en la calle con uno o varios tiros atraviesa mi corazón como el de cualquier otra persona. La familia que tiene que coger lo poco que le queda para emprender un viaje Dios sabe dónde, que le traerá Dios sabe qué miseria no deja indiferente a nadie. Me temo que esto se ha convertido en un concurso de a ver quién sufre más, ¿y quién es capaz de tomar la palabra para preguntar cuando el humo de la metralla lo invade todo? No es de recibo.

En mi opinión, existen diferentes planos de análisis y negarlo u obviarlo supone privarnos de herramientas fundamentales para movernos por el mundo. La aproximación crítica a la realidad, desde un punto de vista histórico y dialéctico de potencias que combaten, como han combatido desde el inicio de los tiempos y combatirán, no es la misma que la aproximación a la realidad humana y natural cuando hay que dar cuenta de la miserable realidad de la guerra.

En el mundo de la crítica uno no puede permitirse el lujo de tener las cosas claras, de escoger entre bandos como si éstos existiesen y estuviesen perfectamente claros desde el comienzo. En el mundo del pensamiento no rige la certeza sino la duda, no la respuesta sino las preguntas. El saber, si es que algo así llega a darse, es el final no el principio.

Es relativamente sencillo ser crítico en tiempos de paz, ser reflexivo ante la belleza y ante la bondad, pero el coraje de la verdad exige poner en cuestión incluso los principios más fundamentales en tiempos de guerra y de muertos. Ese giro que vuelve a uno sobre sí poniendo entre paréntesis por unos instantes todo aquello que considera cierto, justo, bello y humano es un acto de valentía. Lamento decirles que sólo atisbo a mi alrededor por parte de los así llamados “expertos” discursos que aquejan de una evidente y fatal petitio principii.

La carencia de fundamento en conceptos fundamentales es natural, evidente y perfectamente saludable en nuestra vida corriente. Pero es rigurosamente imperdonable para aquellos que se dicen sabedores y conocedores, aquellos que se presentan como “expertos”. La clarificación de conceptos como justo, injusto, legítimo, ilegítimo, prudente o imprudente, bien y mal no sólo es perentoria, sino exigible para quien se pronuncia con la voz del conocimiento.

Todos podemos convenir en que un personaje como Vladimir Putin es malo, injusto, ególatra, sin embargo, quien lo hace como autoridad tiene que explicar las razones y los parámetros en los que se mueve para erigir tales palabras. Lo mismo cabe decir respecto a Biden, Zelenski, incluso con el Batallón Azov. En el mundo de las ideas no vale dar por supuesto, hay que fundamentar, hay que establecer. Quizá no haya una piedra de toque última sobre la que edificar el edificio del pensamiento, pero al menos unas coordenadas, un acuerdo en las palabras y los términos.

Obviamente, no es la misma la perspectiva del experto, del militar, del académico, del historiador y del filósofo que el del hombre de la calle. Podríamos incluso considerar ridículo que la persona corriente pusiese constantemente su vida y sus principios en cuestión para clarificar conceptos antes de tomar una decisión y actuar. Una persona se guía por la vida dando por supuesto este tipo de cosas porque si no la parálisis por análisis sería fatal para su supervivencia. Es normal, quizá no deseable, elegir bandos rápidamente, admitir una versión de los hechos y no preguntar más allá o investigar en los libros de historia a la hora de conducirnos en la cotidianidad del vivir. Es comprensible y ahí me encuentro, pero el cuidado y el respeto a la verdad de aquellos que se dicen sus próceres nos conduce a un llanto inusitado al ver que se suman raudos y felices a las trincheras de los bandos, al fanatismo y partidismo de parqué.

Y, con todo, sin negar, ocultar, esconder o negar la tristeza que invade a cualquiera que ve una y otra vez el eco insoldable de las malditas guerras en Ucrania, en Yemen, en Afganistán, en la República del Congo, en tantos otros territorios, cadáveres de tantos colores, de tantas edades, de tantas esperanzas perdidas, quisiera dedicar este pequeño escrito y desahogo a la ¡oh, bendita duda! ¡Oh, bendita duda que nos obliga a seguir pensando contra todo y pese a todo! ¡Oh, bendita duda que se cuela en el petate de la guerra y se clava en las entrañas sin piedad, ¡oh, bendita duda que no tienes las cosas claras, que no sabes y reconoces no saber! ¡Bendita duda, tú que quieres pensar más allá del llanto, que no te resistes a perder la cabeza por el corazón ni el corazón por la cabeza! ¡Oh, bendita duda de las correcciones y réplicas, del respeto al pensamiento, la metralla! ¡Oh, bendita duda de la prudencia en tiempos de guerra, de la guerra contra los prudentes!, no nos abandones porque sólo de ti nace el pensamiento, sólo de ti la sorpresa, sólo de ti la cada vez más frágil posibilidad de no perder el brillo de unos ojos inteligentes que miran más allá, unos ojos ávidos de verdad. Lo lamento mucho, no soy más que una ciudadana cualquiera, pero he de reconocerlo, me duele en el alma y ojalá me perdonen: dudo y no puedo dejar de dudar.

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