Olvidar a Von Clausewitz
Ya advertía von Clausewitz allá por el siglo XIX que «la guerra es la continuación de la política por otros medios» y, aunque razón no le faltaba a este militar y pensador alemán, muy fácilmente podríamos dar la vuelta a la sentencia afirmando que es la política la que prosigue la guerra y la lleva por otros cauces. La desvinculación de la violencia y la política es un fenómeno muy reciente y en absoluto natural. Si hacemos un breve repaso a la historia de España, así como la de otros países, vemos que la sangre a discurrido sin ambages para resolver cuestiones que hoy se afrontarían en los Parlamentos. Este país de pistolerismo, terrorismo y levantamientos armados dijo no a la intimidación y el crimen de una manera rotunda con la muerte de Franco y el advenimiento de la democracia. Era tal la devastación, tanta la miseria moral, que no podía permitirse continuar por la senda del terror. Von Clausewitz debía ser olvidado. La concordia y la paz debían imperar.
Faltan héroes, sobran cobardes
Con estos antecedentes, no es de extrañar la repudia que ha causado en la mayoría de las personas el recibimiento que en Vallecas se hizo a Abascal y los simpatizantes de VOX. El lanzamiento de piedras al adversario nos retrotrae a los peores años del terrorismo etarra, sólo que entonces volaban artefactos explosivos y no adoquines y botellas. En cualquier caso, el fondo es el mismo: violencia. Muchos ciudadanos anónimos han salido a la palestra reivindicando otra forma de entender la política, otra manera de confrontar con el adversario que pase por la palabra y no por el mamporro limpio. ¿Qué menos se le puede pedir a la clase política? Pues, desgraciadamente, ni siquiera esos mínimos estándares democráticos han aceptado algunos de los convidados a los comicios madrileños, como tampoco ciertos periodistas y líderes de opinión. Lamento decirlo así, pero las redes sociales, el nuevo mercado del pueblo, han dejado rastros de inmundicia en forma de tuits.
Si bien parece de sentido común que las formas violentas debieran en todo caso restar votos y ser penalizadas por los electores, parece que algo se nos escapa porque hay quienes insisten, ya no sólo en no condenar lo sucedido, sino en justificarlo e incluso elevarlo a la categoría de heroicidad. ¿Heroicidad? Perdóneme, pero soy de las que piensa que hoy día el acto valiente es el de aquél que reprime sus impulsos primarios y consigue dominar las pulsiones que lo llevarían a matar, insultar, amedrentar o golpear. Pensaba que el esfuerzo meritorio es de aquel que no calla, pero que sabe hacerse oír sin tener que llevar al de enfrente al hospital. Para ser héroe, hay que ser caballero, no hombre de las cavernas. En el paso que va de la piedra a la pluma, hay muchísima más osadía que la que vimos congregada en la Plaza Roja de Vallecas. Todos sabemos chillar, empujar y golpear, pocos saben articular discursos serios en los que queden expresadas sus ideas y convicciones. Y, por desgracia, aún los que saben, hoy día se ven impedidos a expresarse libremente porque la violencia en forma de insulto o amenaza suele caer sobre sus escritos y reflexiones. Valor, señores, ahí necesitamos valor.
Por otra parte, no me escapo de la cuestión, creo que hay momentos en los que es imprescindible tomar las armas. Considero que la no violencia no es un principio fundamental inamovible para todo caso y lugar. Pienso que primero hay que agotar todos los medios, que hay que minimizar los posibles daños en el caso en que uno irremediablemente necesite empuñar un arma. Del mismo modo que estimo que recurrir a la violencia tiene tal poder devastador sobre uno mismo, es tan absolutamente profundo y penetrante que, antes de hacerlo, ha de ser muy consciente de lo que se está jugando en la contienda. Y, por supuesto, ha de asumir las consciencias. He ahí el valor y el heroísmo de las Brigadas Internacionales que realmente se jugaban la vida para enfrentarse al fascismo. Aquellos jóvenes que dejaban sus hogares y familias dispuestos a dar la vida por unos valores que los trascendían. Lo que vemos en Vallecas no es eso, señores, no disfracen de heroísmo el matonismo callejero alimentado por canciones malsonantes, una situación crispada y unos voceros políticos que, casualmente, sólo dan la cara después, como si fueran adalides en la defensa de la libertad.
No vale lanzar la piedra y esconder la mano. Si han sido tan “valientes” como para recurrir a la violencia porque entendían que era la libertad la que estaba en peligro, que carguen con las consecuencias, que no nos vengan con que Abascal se saltó el cordón policial o que los de VOX venían a provocar. Que lo digan abiertamente. Que no se escondan como cobardes. Aquí no vemos heroísmo, sólo violencia juvenil salpicada con tintes épicos. No lo olviden, de los cuatro detenidos, tres eran menores de edad. Eso sí, Pablo Iglesias que quiere para sí la concejalía de educación, alienta estos encontronazos mientras relega las matemáticas para ensalzar la educación afectivo-sexual. De esto va el asunto. De votos, votantes y batalla cultural. De una lectura a destiempo de Gramsci.
Enfrentar a Vallecas contra Salamanca es algo tan vano y superficial actualmente, que para contrarrestarlo hemos de dedicar ríos enteros de tinta ensalzando cada barrio y callejuela de nuestra querida Madrid. Ridículo es resucitar el tormento guerracivilista cuando se avecina una crisis económica a la que sumar a la sanitaria. Hartos estamos de la miseria moral de nuestros dirigentes como para sumar pedradas y botellazos a la ecuación. ¿Quieren saber qué es fascismo, quieren saber qué es violencia? Esto es incitar a la violencia:
Si nuestros objetivos han de lograrse en algún caso por la violencia, no nos detengamos ante la violencia. Porque ¿quién ha dicho –al hablar de «todo menos la violencia»– que la suprema jerarquía de los valores morales reside en la amabilidad? ¿Quién ha dicho que cuando insultan nuestros sentimientos, antes que reaccionar como hombres, estamos obligados a ser amables? Bien está, sí, la dialéctica como primer instrumento de comunicación. Pero no hay más dialéctica admisible que la dialéctica de los puños y de las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la Patria.
Sí, señores, son las palabras de José Antonio Primo de Rivera en el acto fundacional de la Falange Española. Ahora piensen, a la vista de lo acontecido, quién está más cercano a este discurso y proclamas. Por muy a la derecha del tablero (si es que quieren seguir utilizando esta etiqueta) que sitúen a VOX, todavía no he visto un solo acto en el que haya empleado la violencia física y su violencia verbal no es más estridente que la del resto de asistentes a este infausto espectáculo político. No dejemos de vigilar a los populismos, los extremismos, pero pongamos las cosas en su sitio.
El derecho a provocar
Digámoslo claro, efectivamente, VOX fue allí para provocar. ¿Y qué? Tiene derecho a provocar dónde y cuándo le de la gana como el resto a aguantar sus provocaciones con heroísmo y galantería. No quiero decir que la formación de Abascal quería incitar al odio o a la perpetración de ningún delito, sí digo que quería llamar la atención, atraer las miradas, agitar las emociones, como hacen todos los candidatos en todas las elecciones. Como hacía UPyD en el País Vasco o Cs en Cataluña. ¿Da derecho eso a apedrearlos? Espero que no. ¿Da derecho a un hombre a violar a una mujer por ir vestida de forma insinuante? Me diréis que la mujer no quiere “provocar”. Pues no estoy de acuerdo, desde luego no quiere que la violen, horrible sería asumir lo contrario. Pero sí busca atraer miradas, ser cortejada y deseada. Como queremos todos en un momento determinado. No, señores, las minifaldas no son cómodas y los tacones son del todo menos confortables, pero nos acicalamos para salir, para conquistar, insinuar, sugerir. Y con todo, la provocación por muy real que sea no es excusa. Sobre todo, si tenemos en cuenta que es un criterio absolutamente subjetivo. ¿Qué es provocar?, ¿ir a Vallecas es provocar, sacar la rojigualda en dicho barrio es incitar, ondear banderas de VOX supone un agravio? Al final, la provocación la acaba determinando el agresor. Y, no olvidemos, aquí hay quién tiró piedras y hay quién recibió golpes. La lejía que han empleado los simpatizantes de Unidas Podemos para “desinfectar” el barrio pasado el acto de Abascal, espero que valga para disolver la sangre de aquellos manifestantes, periodistas y agentes que fueron heridos. El último antifascista, que cierre la puerta. Gracias.