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El Procés(o). No hay indulto que nos salve de la vieja maldición gitana

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La sabiduría se agazapa misteriosa entre hojas amarillentas y sempiternas. No obstante, en el caso que nos ocupa, no he hallado mayor acierto que la sabiduría de la maldición gitana que profiere «pleitos tengas y los ganes». Efectivamente, creo que no se puede decir más con menos, ni desear mayores calamidades a nadie; si no, que se lo pregunten a los encausados en el Procés y no precisamente por haber salido absueltos de un juicio que fue retrasmitido en riguroso directo, pues, además, como ustedes saben, cumplen sus penas en prisión (al menos, hasta nuevo aviso).

¿Qué hace alguien como tú en un lugar como éste?

Desde que el presidente de la nación comenzó hace unos días a allanar el camino hacia la posible concesión de indultos a los condenados por malversación, sedición y desobediencia, los partidarios de una u otra posición han corrido raudos a explicar las razones para hacer esto o lo contrario. Todos aducen conmovedores argumentos, con enorme carga moral y radiantes fulgores ideológicos. Espero que todos ustedes hayan podido disfrutar con el clamoroso desfile de patriotas de nuevo cuño, moralistas sin bandera, corazones rezumantes y todo tipo de parlamentos hondos y apremiantes. Por cada nueva declaración, surgía incontinenti una respuesta presurosa para tratar de movilizar al adversario (o, desgraciadamente, enemigo) el tiempo que tardarse el Tribunal Supremo en pronunciarse sobre la concesión de los indultos, era cuestión días u horas. Y así fue, el 26 de mayo, en veintiún páginas, el Alto Tribunal resolvía las peticiones que había recibido. Como era de esperar, los juristas, periodistas y políticos devoraron el Informe en minutos.

Un detalle importante a tener en cuenta es que un indulto lo puede solicitar cualquiera, no tiene que hacerlo el posible beneficiario de tal prerrogativa y, en este caso, ya sea en nombre de unos o de otros, partidos políticos (Justicia Económica Social, Lliga Democrática), particulares, fundaciones (FUNDESPLAI) y sindicatos (UGT) han querido hablar a favor de los encarcelados para que puedan salir en libertad. Creo que no es preciso que vayamos a los pormenores del escrito porque en sí mismo es una obra pedagógica que invito a que examinen con cierto detenimiento y, si tienen otros quehaceres más urgentes o importantes, estoy segura de que juristas y expertos en la materia asistirán a los medios de comunicación en su labor de desentrañar un texto que, por otra parte, por su carga moral, política y jurídica, no tiene ningún desperdicio. 

Con todo y lo anterior, cuando pienso en esta cuestión y trato de posicionarme, me cuesta ver la utilidad social, justicia o equidad requerida para la concesión de esta medida de gracia, pues cuando trato de vislumbrarlas, se vierten sobre mis apreciaciones toda suerte de algaradas que van desde “ho tornarem a fer”, “no nos arrepentimos” al mítico “que se metan los indultos por donde les quepa”. Frases como estas me duelen en lo más hondo porque hacen patente la inconsciencia y desprecio de aquéllos que han deformado el imaginario social, hecho negocio con las emociones de sus gobernados, han maltratado a la mayoría de sus compatriotas y tratado de humillar a las instituciones que tanto y a tantos representan.  

Y, así, volviendo al comienzo del escrito, he de confesarles nuevamente que no dejo de maravillarme con esa sapiencia del refranero español. Y es que me pregunto ¿qué hace un tipo como tú (Junqueras, Romeva, Turull, Bassa, Forcadell, Forn, Rull, Sánchez, Cuixart) en un sitio como éste (Lledoners, Puig de les Basses y Mas d’Enric)? ¿Qué los llevó a hacer lo que a todas luces hicieron?, ¿qué pensaban cuando se dispusieron a novelar la realidad, a encarnar sus fantasías hasta convertirlas en un drama colectivo?, ¿por qué siguieron y siguieron amenazando y cumpliendo lo faroleado hasta la extenuación? Quizá era compromiso con ciertos ideales o simplemente locura, lo mismo da. Pero el valor de sus actos sólo está a la altura de sus calamitosas consecuencias, consecuencias de las que eran conocedores, que les hacían llegar una y otra vez. Consecuencias a las que uno no puede negarse a atender cuando hacen acto de presencia. Consecuencias que cualquier hombre valeroso asume con la cabeza alta, con altiva dignidad. Porque llegan, las consecuencias, en el mundo adulto, siempre llegan.

La ley es la ley. Cuando se ha puesto un pie en el universo judicial no hay manera de salir, ni tan siquiera con una sentencia favorable o con un indulto. Tiene su propia dimensión espaciotemporal, sus colores y cadencia. El procedimiento se cumple escrupulosamente hasta la sentencia. Y ahí están, cumpliendo sus penas, cada uno en su celda. Degustan los sinsabores de ciertos favores penitenciaros que muestran cuan amigables son los guardianes que les tocaron en suerte. Pero siguen privados del mayor tesoro del hombre: la figuración de libertad.

Ahora, dos años después del fallo, llega la hora de los indultos y, como todo, también tiene su proceso, su reglamento y sus normas. El tribunal sentenciador ha sido tajante en su Informe:

Esta Sala no puede hacer constar en su informe la más mínima prueba o el más débil indicio de arrepentimiento. Ni siquiera flexibilizando ese requerimiento legal y liberando su exigencia de la necesidad de un sentimiento de contrición por el hecho ejecutado, podríamos atisbar una voluntad de reencuentro con el orden jurídico menoscabado por el delito. El mensaje transmitido por los condenados en el ejercicio del derecho a la última palabra y en sus posteriores declaraciones públicas es bien expresivo de su voluntad de reincidir en el ataque a los pilares de la convivencia democrática, asumiendo incluso que la lucha por su ideales políticos —de incuestionable legitimidad constitucional— autorizaría la movilización ciudadana para proclamar la inobservancia de las leyes, la sustitución de la jefatura del Estado y el unilateral desplazamiento de la fuente de soberanía.

(…) El indulto se presenta como una solución inaceptable para la anticipada extinción de la responsabilidad penal. 

Poner un pie en el proceso

«No puede irse, está detenido». «Así parece», dijo K. «¿Y por qué?», preguntó. «No se nos ha encargado que se lo digamos. Vaya a su cuarto y aguarde. Se ha iniciado un procedimiento y en su momento lo sabrá todo. Estoy excediéndome en mi cometido al hablarle tan amigablemente. Sin embargo, confío en que no lo oirá más que Franz, y él mismo se ha mostrado amigable con usted en contra de todos los reglamentos. Si sigue teniendo tanta suerte como con la designación de sus guardianes, podrá tener motivos para confiar» (Kafka, F., 2013, p. 11).

Estas palabras que el guardián le confiere a K, pura cortesía, debieron resonar como un golpe a cada uno de los encausados cuando comenzaron a adentrarse en el universo judicial por haber quebrantado la legalidad. Sin embargo, a diferencia de K, que muy probablemente, como confiesa el propio Kafka, debió haberse auto-calumiado sin ser plenamente consciente de ello, los doce encausados por el Procés sabían desde el comienzo que la fuerza de un Estado es inquebrantable si no se siguen los cauces democráticos y, aún así, prosiguieron. Eran plenamente conscientes de ello cuando la sombra de las togas comenzó a nublar la luminosidad dels somriures

Y, amigablemente, como los guardianes que en suerte le tocaron a K, ni siquiera fue el Gobierno de Mariano Rajoy el que les introdujo en los resortes de los Tribunales. Era como, si después de todo, aún fuera posible alguna solución política que pasara por la aplicación del artículo 155 y un apaciguamiento de la situación. Fue amable, quizá demasiado, y se abstuvo de invocar al poder judicial. Otros lo hicieron y, una vez el proceso es puesto en marcha, es implacable, no hay marcha atrás. Como una losa, las consecuencias nos persiguen y nos emplazan para interrogarnos por nuestros tropiezos y dislates, pero también a la compasión le sigue su recompensa. 

Así pues, que cada uno lea, escuche, juzgue y valore. No seré yo quién vaya más allá de lo opinado anteriormente, no seré yo quién valore cuánto mejorará o empeorará la situación con las decisiones que se tomen. Sólo una cosa tengo clara sobre el asunto: a ninguno de ustedes les deseo que la maldición gitana se cierne sobre su futuro, si alguien les profiere «pleitos tengas y los ganes», lloren amargamente, les prometo que yo lo haré por ustedes.    


Bibliografía:

Poderjudicial.es. 2021. Informe de la sala de lo penal del Tribunal Supremo emitido en el expediente tramitado con ocasión de la ejecutoria correspondiente a la causa especial núm.3/20907/2017. [online] Disponible como: <https://www.poderjudicial.es/cgpj/es/Poder-Judicial/Noticias-Judiciales/El-Tribunal-Supremo-se-opone-a-la-concesion-del-indulto-a-los-doce-condenados-en-la-causa-del–proces-> [último acceso 29 mayo 2021].

Kafka, F., 2013. El proceso. Madrid: Alianza Editorial.

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2 comentarios en “El Procés(o). No hay indulto que nos salve de la vieja maldición gitana”

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