Durante nuestra etapa escolar, todos hemos sido expuestos a historias sobre el gran Aquiles, hijo del mar y de la tierra, que se irguió como una figura colosal entre los mortales, que se enfrentó a una elección que definiría su legado por toda la eternidad. Por un lado, la tentación de una vida larga y plácida, una existencia anónima entre los mortales, donde el tiempo se deslizaría sin dejar huella en su memoria. Por otro, la llamada de la guerra, con su promesa de fama eterna, de ser recordado por las generaciones venideras como el más grande de los guerreros griegos.
Envuelto en la armadura del héroe, con el eco de las olas del mar resplandeciendo en su piel, me imaginaba a Aquiles contemplando el horizonte con una mirada penetrante, consciente de que la inmortalidad no residía en la duración de los años, sino en el eco eterno de las hazañas heroicas. Aquiles eligió el camino de la gloria efímera pero eterna, se sumergió en las filas de los guerreros. Moriría joven, cierto, pero su nombre sería susurrado en los cantos de los poetas, grabado en las páginas de la historia como el más grande de los héroes.
La historia nos ofrece numerosos ejemplos de personas que ansiaban alcanzar la inmortalidad a través del recuerdo de sus hazañas, y Aquiles es solo uno de ellos. Su decisión de abandonar una vida tranquila y optar por una existencia gloriosa pero efímera en la guerra de Troya ilustra el profundo anhelo humano de perdurar en la memoria de las generaciones venideras. En la antigua Grecia, donde no existía la concepción de un más allá definido como el cielo o el infierno, la única manera de trascender el tiempo era mediante la memoria colectiva.
Los monumentos, las elegías y las historias transmitidas de generación en generación servían como herramientas para que los individuos alcanzaran la inmortalidad en la mente de la humanidad. La importancia de dejar un legado perdurable se evidencia en la construcción de monumentos como las pirámides de Egipto o el Partenón en Atenas, así como en la composición de poemas épicos como la Ilíada y la Odisea.
Y viajemos a la antigua Grecia a nuestra actual España, y de los majestuosos héroes a nuestros supuestos líderes políticos que, no nos engañemos, también quieren dejar su huella, ser recordados, pasar a la historia. Sin embargo, es precisamente la rememoración de sus nombres la que nos da pistas de cuán cerca o lejos están de lograrlo. De hecho, no sé si estarán de acuerdo o no conmigo, pero considero que la confusión como la que se observa en el caso de Yolanda Díaz y Alberto Núñez Feijóo puede plantear interrogantes sobre la efectividad de su liderazgo, ¿cómo interpretar el hecho de que el apellido de Yolanda Díaz se confunda a menudo con el de Rosa Díez, exlíder de UPyD, o que el nombre de Alberto Núñez Feijóo se asocie erróneamente con el del expresidente Mariano Rajoy? En mi opinión, esta confusión no sólo refleja una falta de atención por parte de los medios de comunicación y del público en general, sino que también plantea dudas sobre la capacidad de estos líderes para dejar una marca duradera en el votante.
La importancia del nombre va más allá de la mera identificación, en comunicación política es vital su empleo oportuno para no pasar desapercibido en el imaginario colectivo, para atraer atención, votantes, interés, poder. Hoy día hay más de 800,000 “Sánchez” en España y más de 20,000 que se llaman “Pedro”, sin embargo, “Pedro Sánchez”, para bien o para mal, no hay más que uno. ¿Y qué me dicen de “García”? Cerca de 1,500,000 personas, sin embargo, nadie olvida a “Mónica García” (médica y madre). Podríamos seguir, pero esta reiterativa confusión con estas dos personas que están en primera plana día sí y día también es muy sintomática. A tenor de lo expuesto podemos preguntarnos si Yolanda Díaz y Núñez Feijóo son verdaderos líderes. ¿Dónde está el proyecto en el caso de uno y la estrategia en el de la segunda? ¿Dónde el discurso coherente en el primero y el ímpetu estratégico en la vicepresidenta?
Se acercan las elecciones europeas y mientras uno bombardea con argumentarios mediocres en los que el tan poco enjundioso “anti-sanchismo” se junta con guiños a la derecha radical europea, la otra hace gala de su desconocimiento en política exterior y de la historia del conflicto palestino-israelí. Quedan nueve días para las elecciones y, con Vox y Podemos frotándose las manos, serán relevantes para reevaluar su liderazgo. Así pues, forjen su armadura y agarren la espada, los tambores suenan, y en la política, como en la vida, hay que dar la batalla.