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Errejón: entre la máscara y la sombra

DALL·E 2024-10-27 14.09.28 - A dramatic and introspective image showing a symbolic fall of a public intellectual, resembling the style of a Greek tragedy scene, but in an abstract

Íñigo Errejón ha abandonado la política, y en su caída arrastra consigo algo más que una reputación. Su renuncia es la radiografía de una tragedia moral: un hombre que, armado con el saber de lo justo, construyó una identidad pública de nobleza ética y discurso feminista, pero que ahora se revela incapaz de sostenerla. Este no es un simple caso de “no ser coherente”. Es el colapso de la máscara, la caída de un intelectual moral cuyo discurso, sin arraigo en el ser, se convierte en un teatro vacío. Porque el conocimiento del bien, cuando es solo palabra, se desvanece ante la carne y sus sombras.

Errejón parece haber confundido su intelecto con su alma, como si saber lo que es correcto fuese suficiente para encarnar la justicia. En su tragedia está la de todos aquellos que predican sin haber transformado lo profundo, sin haber enfrentado la fuerza desobediente del deseo, de las pulsiones. Freud lo habría descrito como la lucha fallida del yo ideal contra el ello, esa oscura región donde el “intelectual moral” se enfrenta a la fuerza irreprimible de su sombra. Errejón, en sus discursos sobre igualdad y justicia, ha sido el alto sacerdote de lo correcto, pero, cuando los actos lo exigen, su moral queda reducida a un espejismo, un reflejo incapaz de sostenerse.

Lo más brutal en este caso no es solo que Errejón haya fallado a sus principios, sino la ingenuidad con la que creyó que el discurso era suficiente, que el bien podía vivirse desde el pedestal del saber. En su renuncia no hay redención; lo que se desmorona es la impostura de una identidad moral construida para ser vista, no vivida. No ha dejado simplemente un cargo; ha abandonado una ficción de sí mismo, ese ideal de quien predica el bien sin haberlo conquistado. Su caída nos devuelve a la tragedia humana más elemental: saber no es poder, entender no es ser, y el conocimiento sin alma no es más que polvo, una ilusión que se desvanece en cuanto la vida exige verdad.

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