Gracias, muchas gracias
Hoy quisiera hablarles de un tema controvertido. Para serles sincera, una no sabe cómo posicionarse ante las buenas noticias que nos sorprenden en medio de un abatimiento seco y profundo. Me gustaría encontrar las palabras adecuadas, precisas y exactas, pero no hay nada de ello. Sospecho que las palabras no se hicieron para cumplir nuestros designios, son mucho más sabias. Lo que me embarga es una mezcla de llanto y alegría, una sonrisa compungida, una esperanza quebrada. El otro día el presidente del Gobierno anunció que el fin del estado de alarma se acerca; que, si todo anda como debiera, el próximo nueve de mayo podremos comenzar a degustar amargamente los placeres de la “nueva” normalidad. Hay vacunas. Hay salida. Hay futuro.
Sin embargo, no dejo de sorprenderme ante un ligero escalofrío que recorre mi cuerpo al pensar todo lo que hemos vivido y, más aún, todo lo que está por venir. ¿Qué es eso de una nueva “normalidad”?, ¿hasta qué punto habremos de normalizar algunas de las medidas que nos hemos visto obligados a tomar para salvar las vidas de nuestros conciudadanos? Creo que podemos felicitarnos por haber actuado con prudencia, responsabilidad y compromiso, creo que hemos conquistado cotas de patriotismo que no habíamos visto ni tan siquiera cuando nuestras queridas ligas de Básquet o Fútbol nos hicieron soñar en encuentros internacionales. Hemos dado la talla donde más importaba, cuándo más se necesitaba. Tenemos motivos más que sobrados para celebrar lo que hemos logrado, motivos para llorar a nuestros muertos con dignidad, motivos para voltearnos a los pequeños empresarios perjudicados y tenderles la mano, motivos para dotar a nuestros sanitarios de lo que necesiten. El nueve de mayo es una fecha importante, por encima de los políticos y sus políticas, por encima de los juzgados y las acusaciones. Hablo de ciudadanía, hablo de nación y hablo de camaradería. Gracias a ustedes por haberlo hecho posible, gracias de corazón.
Ahora bien, esto no basta, hay que seguir pensando, aunque nos duela.
¿Qué es normal en la anormalidad?
Son las palabras que han rozado la muerte las que nos dan las claves que nos permiten vagar por la vida con un mínimo de fulgor, por ello creo que en esta ocasión me proveeré de una reflexión de Viktor Frankl que no por obvia es poco lúcida. Por si alguno de ustedes no conoce la obra de este neurólogo y psiquiatra vienés, me limitaré (supongo que con ello basta) a referirme a sus tres años en campos de concentración para que entiendan que, cuanto menos, uno debe parar a escuchar lo que tiene que decir. Desde luego, esto no es un mérito, de sus méritos también podríamos hablar largo y tendido, ya que instauró la tercera escuela vienesa de psicoterapia e inspiró a generaciones enteras con su afamada obra El hombre en busca de sentido, entre otras muchas cosas. Sin embargo, para este escrito me limitaré a traer a colación una reflexión suya que reza así: “ante una situación anormal, la reacción anormal constituye una conducta normal”[1]. Obvio, ¿verdad?
En esta anormal situación pandémica nos hemos visto obligados a llevar a cabo conductas anormales lo cual es del todo normal. Ante la muerte en masa, guardar las distancias de seguridad, llevar mascarilla, cumplir las restricciones, parece asumible para la mayoría. Ciertamente, creo que ha faltado un urgente refuerzo a la hostelería y pequeño comercio con ayudas directas. Pero, si bien esto es denunciable (y seguramente será denunciado[2]), las restricciones en tiempos de pandemia son la conducta normal de la que nos habla Frankl y, obrando en consecuencia, hemos puesto nuestras comodidades, nuestra salud mental y felicidad en aras de un bien mayor. Nos honra.
En cuanto a la gestión, no tengo mucho que decir, más bien nada. No soy experta. No sé de ciencia, epidemiología, virología o economía. Gestionar la penuria y el sufrimiento es una tarea que no se la desearía a nadie, tramitar las miserias debe ser una pesadilla. Criticar las decisiones es sencillo y necesario, pero no es el momento. Muchos corren arduos a ampararse en la “maldad” de nuestros gobernantes. Argumento vacuo, comprensible dada la situación anormal, pero vano. No hay maldad. Puede haber torpeza, intereses cruzados, imprudencia, pero ¿qué es la maldad? Nos jugamos vidas, quien hable de cómplices de asesinato quizá debería preguntarse si tiene todos los datos y qué hubiera hecho él en su lugar.
Así, dejando a un lado la gestión de la pandemia, negándome a asumir la maldad como argumento válido en cualquier discusión sensata, considero que hay que seguir razonando y criticando, pues hay decisiones que ni en circunstancias anormales debieran ser admisibles. Hay en cuestiones que hemos de plantarlos, incluso en la más absoluta de las anormalidades, incluso en el absurdo más indefinido. No podemos consentir que no se tenga un cuidado escrupuloso con nuestros derechos y libertades, aunque éstos tengan que ser suspendidos y, más aún, cuando tienen que serlo. Su cautela ha de ser exquisita y en esto no hay excusas.
Ni en la más cruenta anormalidad es normal que españoles inscritos en el censo electoral no puedan ejercer su derecho a voto como ocurrió en las elecciones gallegas y vascas, tampoco es normal que se tiren puertas abajo sin orden policial y sin la constancia de que se esté cometiendo fragante delito. No es normal soportar declaraciones como las de Mónica Oltra[3] que culpabilizan a la población en un lenguaje de pecado y expiación cuando muchas familias no han podido siquiera llorar a sus muertos. No es normal que el Gobierno limite las noticias sobre su gestión que no les favorecen o que se destituya a un coronel de la Guardia Civil por no informar a sus superiores de una investigación que les afectaba directamente. No es normal que se suspendieran las sesiones de control al Gobierno durante la primera ola de la pandemia, que se prologase el Estado de Alarma más allá de quince días sin abrir un debate jurídico sobre la cuestión o que se cerrase el Congreso[4]. Como decía Cayetana Álvarez de Toledo: «El Congreso no se cierra ni en situación de guerra»[5]. No es normal; con o sin pandemia, no es normal.
Pensar, aunque duela
Toda esta suerte de tropelías exige una reflexión profunda, pues cuando acabe el estado de alarma, cuando acabe la anormalidad, no podemos permitirnos la pávida asunción de un recorte de libertades y derechos. Los funestos atentados del 11-S sirvieron al gobierno estadounidense, al que le siguieron gustosos los demás, para incrementar el control sobre su población y restringir esferas de privacidad que antes eran incuestionables. ¿Qué no perderemos aludiendo a la seguridad tras la pandemia? Cuanto menos, no se lo pongamos fácil al poder. Todo gobernante quisiera extender su capacidad de acción tanto como pudiese, es legítimo, por eso existen contrapoderes y la ciudadanía es uno de ellos. En mi opinión, el más valioso. Pensemos más allá del pánico. Y entiéndanme, apoyo, cumplo y acepto las anormalidades normales, hay vidas en juego y no estamos para chiquilladas. Llevo mi mascarilla, cumplo las restricciones y sé que una vida vale más que mil comodidades. Lo que intento expresar es que esta situación horrible no ha de servir de excusa para que en un futuro la renuncia a ciertos principios democráticos de transparencia y rendición de cuentas sea una “nueva” normalidad. Pero, voy más allá, en caso de que haya de ser así, ha de precederle un debate público y profuso.
Algo cae sobre una losa sobre la opinión pública y la ciudadanía, como una obligación, como un deber indispensable, sobre todo de cara al futuro que nos espera, es la duda. Es perentorio, cuanto menos, cuestionar lo sucedido. Es imprescindible discutirlo. Harina de otro costal es asumirlo como un daño necesario en aras de un beneficio mayor. Siento orgullo por el compromiso de la sociedad, pero no caigamos en la autocomplacencia. “Si Dios no existe, todo está permitido” decía Iván Karamazov. Bien, no sé si existe Dios, pero sé que, incluso si el universo está vacío, es imprescindible defender lo sólido que se sostiene a duras penas en el silencio, es perentorio dejar claro que no vamos a permitirlo todo. Urge seguir dudando, seguir hablando, seguir cuestionando. Fin del estado de alarma. Alégrense, pero, por favor, no dejen de pensar. ¡Ahora más que nunca, sapere aude! Muchas gracias.
[1] Frankl, Viktor. El hombre en busca de sentido. 2ª edición. Barcelona: Herder, 2004, p. 46.
[2] “Quienes como consecuencia de la aplicación de los actos y disposiciones adoptadas durante la vigencia de estos estados sufran, de forma directa, o en su persona, derechos o bienes, daños o perjuicios por actos que no les sean imputables, tendrán derecho a ser indemnizados de acuerdo con lo dispuesto en las leyes.” (Artículo 3 de la Ley de los Estados de Alarma, Excepción y Sitio).
[3] Les dejo la declaración porque les prometo que no tiene desperdicio: “«El que haya contravenido la norma y se haya muerto su hermana por un contagio por tener relaciones sociales fuera de la norma tendrá tiempo toda la vida de mirar a sus sobrinos huérfano, toda la vida para arrepentirse»”. (https://www.levante-emv.com/comunitat-valenciana/2021/01/24/consell-ultima-limitacion-reuniones-pide-30339949.html).
[4] La declaración de los estados de alarma, de excepción y de sitio no modificarán el principio de responsabilidad del Gobierno y de sus agentes reconocidos en la Constitución y en las leyes (Epígrafe 6 del artículo 116 de la Constitución Española).
[5] https://elpais.com/espana/2021-03-13/el-congreso-no-se-cierra-ni-en-situacion-de-guerra.html