«Sobredosis de belleza»
Florencia, 1817, Stendhal paseaba por las callejas que antaño habían soportado el peso de las grandes civilizaciones. Vías empedradas sostenían el paso hueco y curioso de este viejo literato. No estuve en este risueño paseo, pero me gusta imaginar que lo guiaba la sencillez propia de la niñez. No caminé junto a Stendhal aquellos días, pero me gustaría pensar que ese caminar tenía algo de la fugaz infancia curiosa y divertida, la ligereza del caminante descubriendo un nuevo escenario, desempolvando antiguos emplazamientos. No es preciso haber caminado junto a Stendhal para percibir cuán frágiles son nuestros sostenes una vez uno, queriéndolo o sin querer, alza la vista, una mirada que no busca, pero que encuentra, esa mirada que no duerme y, sin embargo, de golpe, despierta.
Stendhal sufrió lo que cualquier mortal sufriría al ser convidado a olfatear siquiera de lejos los dulces fulgores amargos de la ambrosía. Padeció en sus carnes temblorosas el límite iracundo de la trascendencia. Se llamó síndrome de Stendhal a lo que el literato padeció aquel día al contemplar la majestuosa Basilica di Santa Croce: temblores, mareos, palpitaciones, vértigo y confusión. Se manifestó indispuesto ante la inquisidora belleza que exige más de lo que uno puede dar. Tuvo que retroceder ante aquella cruel preeminencia. Stendhal puso nombre a aquel malestar propio de un arte que sobrepasa los límites sensoriales y obliga físicamente abandonar, a no proseguir una contemplación que entumece a los vivos.
Seis caras, seis nombres, seis candidatos
El 19 de junio fueron elecciones en Andalucía, aquel domingo los andaluces fueron convidados a los colegios electorales dispuestos para la ocasión donde los más pomposos dicen que se celebró la “fiesta de la democracia” y los más rudimentarios que “los electores procedieron a emitir su voto”. Sea como fuere, la incógnita desde primera hora de la mañana no era cuál iba a ser el ganador, sino quien gobernaría a partir de ahora Andalucía. Como todos sabrán, Juan Manuel Moreno Bonilla (Juanma) ganó con mayoría absoluta (58 escaños, 28 más que el PSOE, superando el 40% en todas las provincias andaluzas). La sonrisa de Juanma no puede estar más justificada a la luz de los resultados festejados en el PP como un hito, una ‘gesta’ y un cambio de ciclo en la política española. El mensaje es que las próximas contiendas teñirán a España de azul. De hecho, hay quienes se lanzan al monte apuntando a la resurrección de aquello que antaño se llamaba mayoría absoluta con su correspondiente compañero: el bipartidismo.
No sé cuán acertados son estos pronósticos, sólo el tiempo lo dirá. Ahora bien, lo que sí podemos afirman con rotundidad es que las elecciones andaluzas dejan tras de sí seis caras. Una dimisión, un descalabro, unas expectativas infladas, dos faltas de autocrítica y una sonrisa radiante. Esta última era del hombre de la noche, que ahora denominan el ‘califa’, el barón de barones. Si algo han dejado tras de sí es la confirmación de que la política hoy en día tiene nombres y apellidos e incluso motes y apelativos. No ha ganado el PP, lo ha hecho Juanma. Este simpático personaje vestido de moderado ha sabido conducirse de manera sigilosa estos años al mando de la Junta sobreviviendo al desfile de cuchillos que se lanzaban en Génova 13 llegando a todas las sedes territoriales.
Sin demasiados aspavientos, lo cual ha sido marca de la casa, ha sonreído a diestro y siniestro, no se ha metido en charcos, ni tampoco ha olvidado la asombrosa carambola que lo llevó a destituir a la dama de hierro de la política andaluza, Susana Díaz. Después de todo, poco faltó a Pablo Casado para sustituir al entonces Moreno Bonilla y a su equipo por una gestora en 2018. Pues, pese a haber podido conformar gobierno en coalición con Ciudadanos, Moreno Bonilla obtuvo los peores resultados de la formación azul en Andalucía y su “liderazgo” era más que cuestionable. Pero eso fue hace tiempo. Eso fue Moreno Bonilla, ahora hablamos de Juanma.
Hablamos de Juanma como podríamos haberlo hecho de Espadas, cuyos resultados se achacan a su desconocimiento entre los andaluces y al poco tiempo para construir su liderazgo. Lo mismo podría decirse de Inmaculada Nieto que se presentaba por Por Andalucía, una candidata que tuvo que vérselas con cuitas internas que podrían haber dado como resultado otro candidato, otro nombre y otro perfil. También podríamos hablar de Teresa Rodríguez cuya cara estampada en las papeletas no dejaba lugar a dudas de quién era la cabeza de lista de Adelante Andalucía. O Juan Marín, cuyas bromas simpáticas y chanzas dieron a esta campaña una tonalidad más alegre y menos tensionada. Y, por último, qué no decir de la candidata Macarena Olona cuyo nombre ha figurado en cientos de titulares y cabeceras a lo largo de los quince días de frenética campaña.
Lo que tenemos ante nosotros son seis personas y, si seguimos la terminología propia de los spin doctors y consultores políticos, tenemos seis marcas, seis liderazgos, seis potencialidades. Hubo un momento en el que la política fue atravesada por la mercadotecnia, un momento en el que la publicidad y sus manuales hicieron aparición para dirigir el devenir de los partidos, ahora transformados en candidaturas y líderes. Con esto no quiero decir que antaño la dirección de la comunidad se guiara por nobles intenciones y un baluarte de valores morales que hemos de recuperar. Ni mucho menos. La política siempre ha estado trufada de oratoria, de apelación a sentimientos y emociones, de comunicación y convencimiento. La política es una techné y tiene sus herramientas y utensilios. Lo que ocurre es que ahora los avances en neurociencias, el neuromarketing, las nuevas tecnologías, la programación neurolingüística han llevado las estrategias comunicativas de los partidos políticos y las campañas electorales a un nivel muy diferente y proliferan los perfiles, los personalismos y los eslóganes.
Una de las lecciones que podemos extraer de las elecciones andaluzas es que la política ha virado hacia el diseño dejando en la otra orilla el arte. Las candidaturas se nos presentan como paquetes cada vez más individualizados e hipersegmentarizados con una serie de funcionalidades del todo vistosas que el cliente (disculpen, el elector) podrá disfrutar si introduce la papeleta del candidato adecuado en la urna. Los programas electorales, conforme pasa el tiempo, tienen menos peso y se reducen a panfletos multicolores con tres o cuatro medidas que todo el mundo comparte junto con la estampa del candidato pasada por Photoshop. Así como un ordenador Mackintosh, la política de esta era es pulcra y fluida, no ofrece resistencia a la mirada del espectador, se presenta ante él con simpleza y elegancia, dispuesta a ser lo que el elector quiera para conseguir su voto. Así se construye una marca. Juanma ha hecho gala de una supuesta moderación (será en las formas, que no en contenidos), una desideologización (como si algo así fuera posible o incluso deseable), ha hecho gala de poder atraer al votante de un lado u otro convirtiendo su candidatura en una candidatura atrapalotodo.
Diseños de ensueño, despertares brutales
Lo confieso, querido lector, soy una amante del diseño. Considero que es difícil no cae rendida ante la sobriedad digna y vistosa de un Iphone, de una cafetera Nespresso o de la eficacia y finura de unos Beats de última generación. Me gusta el diseño. Me gusta una vida sencilla y llena de comodidades, me gustan las líneas finas y rectas de un Mondrian y la extrañeza que una siente al recorrer el salón de una casa minimalista. Me gusta el silencio de las nuevas tecnologías, me gusta la espontaneidad risueña y sin cortapisas de “lo todo posible”. Me gusta leer un programa político que se antoja como esos menús de las cadenas de comida rápida y sana que te permiten elaborar un plato o bowl a tu medida. Todo es fácil, todo es sencillo, todo es brillante y todo es digno de ser fotografiado para subirlo a las redes sociales. Rápido, cómodo, eficiente.
Pero entonces llega la cruda y ruda realidad que tiene un semblante mucho más sobrio y funesto, más propio de lo sublime que de lo bello, quizá incluso se acerque a lo grotesco. Y cuando llega con su inconfundible paso fatigoso y algo rezagado, el diseño se hace añicos. La pantalla del iPhone no soporta la vida cargada de píxeles de baja resolución que estropea la brillantez lubricada de la línea pulida. Pero de eso no habla la política en la era del marketing, lo que tenemos más bien son selfies con los candidatos. Lo que tenemos son manuales de cómo construir un nuevo liderazgo, como hablar delante del público, la manera de conectar emocionalmente con los electores muchas veces a costa de la verdad, muchas veces a costa de un barroquismo que hace acto de presencia crisis tras crisis, precariado a precariado.
Una de las razones por las que Juanma, que no el PP, ha ganado las elecciones de Andalucía ha sido su maestría a la hora de pasar desapercibido, tan sigiloso como el altavoz de Siri o Alexa que nos escuchan desde el respeto y el mutismo y siempre están a nuestro servicio con la respuesta adecuada y el consejo certero. Juanma no molesta, no duele. Es la política que queremos, pero tal vez no la que necesitamos. En un mundo cada vez más atropelladamente complejo e interconectado en el que los cambios no dan tiempo adaptarse. En una sociedad que va a uña de caballo detrás del porvenir y que siempre llega tarde, quizás haga falta reivindicar otro tipo de política menos vistosa pero más útil, menos amable pero más certera. Se vienen tiempos complicados en los que los ‘like’ no suplirán la carestía de muchas familias.
Arte, valor y verdad
Pero volvamos de nuevo a la Florencia de 1817. Aquel día algo ocurrió aunque no fuese la primera vez. Aquel día vimos nuevamente como el mundo y sus misterios nos sobrepasan con creces, como la realidad no está siempre disponible y a la mano dispuesta a complacer nuestros deseos más oscuros e indecibles. Aquel día vimos que la belleza tiene un precio que debe ser pagado, que tenemos una responsabilidad y habremos de responder.
Si Stendhal anduviese con nosotros bajo el sol de Florencia tal vez nos advertiría que la política de este siglo necesita más arte y menos diseño, menos promesas y más realidades, porque las pantallas se rompen, porque los procesadores dejan de funcionar, porque la obsolescencia programada siempre llega a su hora. Seis candidatos, seis caras, seis sonrisas, seis miradas, millones de promesas. Los programas electorales no se cumplen porque no son programas, son los sueños de los clientes a los que, pese a tener siempre la razón, nunca podrán complacer.
La pregunta que me hago una y otra vez que, si estamos dispuestos a tener el valor de Stendhal, o quizás su inconsciencia, y podremos seguir caminando por las calles empedradas dispuestos a jugarnos el tipo por un mínimo de belleza, por el fulgor resonante de la verdad por muy cruda,
horripilante y extenuante que esta resulte ser o si nos encandilaremos con los cantos de sirena por carecer de la astucia de Homero. Espero que estos tiempos tumultuosos no nos hagan olvidar que todo nació como un arte, el más delicado de todos, el más peligroso de todos: la ars politica.
Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme.
2 comentarios en “Juanma®. Política de diseño a gusto del consumidor/elector”
Un texto sofisticado y fluido. Un mensaje claro, directo y desalentador. En 2022 somos pura emoción, la razón está en plena deflación.
No sabemos qué es lo que elegimos porque solo miramos el envoltorio hecho para encandilar, pero nos da igual lo que haya dentro. Basta con enseñar al resto lo de fuera, lo que deslumbra, lo que se (le) puede restregar.
Los «comerciales», que saben lo que hay dentro, no dudan en maquillarlo, adornarlo, embadurnarlo de la más sutil baselina. Son como su propio producto.
Y así estamos, embalsamados, rodeados de conflictos y en nuestra inopia otros se aprovechan para lucrarse. Siguen estirando la cuerda mientras ven que, con esta nueva sobreexposición de las emociones, se ha vuelto más elástica que nunca.
Enhorabuena.
Muchas gracias, Marcos, diría que es desalentador, pero realmente creo que es una dinámica plenamente comprensible, quizá no deseable, del mundo que nos envuelve. Ojalá la artificialidad de la política a golpe de marketing fuera suficiente para cubrir la miseria (aunque fuese con mero maquillaje), pero no es capaz. Finalmente, la realidad se cuela y la «política» hace aguas por todas partes dejando a los más vulnerables al albur de lo que acontezca y con millones de promesas por cumplir. Un abrazo y sapere aude!