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La Cámara de los idiotas nos deja con cara de imbéciles

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El escenario estaba preparado para la entrada triunfal del señor Tamames, un personaje que era presentado por parte del grupo proponente, Vox, por Dragó y sí mismo como la solución a los problemas de una nación sedienta de liderazgo y esperanza. Pero, al igual que un antiguo y torpe imbécil que se apoyaba en su báculo para avanzar, Tamames parecía depender de las palabras vacías y el egoísmo para mantenerse en pie.

Los antiguos romanos poseían una gran habilidad para nombrar y categorizar el mundo que les rodeaba, y una de las palabras que empleaban para describir a aquellos que necesitaban ayuda para caminar era «imbecillis». Esta palabra tenía su origen en el término «im-» que significaba «sin», y «baculus», que se traducía como «bastón».

Así pues, los imbecillis eran aquellos que se encontraban en una situación de debilidad o vulnerabilidad, y necesitaban el apoyo de un bastón para avanzar. Así entró Tamames en la Cámara, báculo en mano, pero, no contento con ser simplemente un imbécil, Tamames también se mostraba como un auténtico idiota[1].

Tejió el relato de su candidatura alrededor de sí mismo, queriendo engrandecer su imagen y dejar un legado memorable. Su discurso, aunque intentó ser una charla magistral llena de oratoria y erudición, no logró ser más que un pálido amago de tal hazaña. Un amago que ahora se encuentra a la venta en formato eBook en Amazon por poco más de 4 euros, lo que deja al descubierto el ridículo de esta chanza.

A pesar de la decepcionante actuación de Tamames, muchos analistas han optado por no criticarlo duramente debido a su avanzada edad. Sin embargo, creo firmemente que esta postura no es más que un reflejo de la falta de respeto hacia su persona, tratándolo como un anciano senil que ya no merece ser tomado en serio. No podemos permitirnos insultarlo con condescendencias innecesarias, creo que es importante abordar su actuación de manera franca y honesta, sin importar la edad que tenga.

Ahora bien, desafortunadamente, la presencia de Tamames en el escenario no era más que el primer acto de una obra trágica que estaba por desplegarse ante los ojos de los espectadores. Los demás asistentes que se sucedieron en el turno de palabra, se presentaron como tristes idiotes, dispuestos a hacer cualquier cosa para tejer el relato más favorable a sus intereses partidistas. Incluso aquellos que estuvieron ausentes lo hicieron por puro cálculo electoral, sin preocuparse por el estado actual del país.

En un momento de crisis, en medio de una guerra, con una inflación que se encuentra por las nubes y un futuro incierto, todos parecen entretenidos discutiendo sobre temas superficiales como el tándem electoral Díaz-Sánchez, la prematura presentación de Sumar, el descontento de Podemos, la sonada ausencia de Feijóo y la incomodidad de Abascal. Todo parece ser una mera distracción de la realidad apremiante que vive la nación, y aquellos que deberían estar ocupándose de resolverla se han perdido en vanidades y egocentrismos políticos.

En conclusión, la escena que se presentaba ante nuestros ojos parecía ser sacada de una obra de Berlanga, una tragicomedia grotesca que reflejaba la ausencia de un verdadero amor por la patria. Cada uno de los presentes parecía un mero actor interpretando un papel, sus discursos vacíos y sus acciones guiadas por una ambición egoísta. Era una imagen desesperanzadora que mucho indica del estado de nuestra nación y el futuro que nos aguarda si seguimos permitiendo que la falta de ética y patriotismo prevalezca en nuestro ámbito político. Es momento de elecciones, “ahora eso no toca”.

Estamos acostumbrados a tal sainete que retuerce la Cámara y la política. Asistimos a dos días no de parlamentarismo, sino de electoralismo. No de políticos, sino de idiotas tras la sombra de otro idiota a la par que imbécil.

En uno de los discursos más memorables de Platón, el filósofo Sócrates compartió su reflexión sobre la verdadera naturaleza del liderazgo. Para él, el auténtico líder no es aquel que busca el poder, sino aquel que lo asume con humildad y responsabilidad. Sócrates afirmó que el verdadero gobernante nunca se presentaría voluntario para liderar, pues sabría con certeza la magnitud de la carga que implica y temería no estar a la altura de las circunstancias.

Al escuchar estas palabras, la mente se transporta a una época antigua en la que los ideales del liderazgo se basaban en la sabiduría y el conocimiento profundo de las necesidades de su pueblo. Hoy en día, sin embargo, es difícil no sentir cierta nostalgia por esta noble concepción del liderazgo cuando se presencia el espectáculo de vanidad que se despliega en muchas de las tribunas contemporáneas.

Es triste ver cómo los oradores de hoy suben a la tribuna en busca de la gloria efímera, sabiendo que tras sus palabras no hay sustancia alguna. El círculo vicioso de la política parece haberse convertido en un juego de egos y vanidades, donde la retórica hueca y las promesas vacías son moneda corriente.

Me pregunto qué pensaría Sócrates al presenciar esta lamentable realidad, en la que la capacidad de persuasión y la habilidad de seducir al público parecen ser más valoradas que la honestidad y la integridad. Quizás se sentiría abrumado ante un grupo de idiotas que durante dos días siguieron los pasos de un idiota a la par que imbécil mientras que España y los españoles buscamos desesperadamente un báculo para mantenernos en pie.

 

 

[1] En esta ocasión, me permito rescatar un término de la cultura griega en lugar de la romana. La palabra “idiota”, o “idiotes”, proviene de la antigua Grecia y, en esencia, se refiere a aquellos que se preocupan únicamente por sí mismos y descuidan los asuntos comunes de la comunidad. Es una palabra que refleja la falta de compromiso hacia el bienestar colectivo y la responsabilidad compartida que debería guiar a cada uno de nosotros en nuestra vida en sociedad.

 

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2 comentarios en “La Cámara de los idiotas nos deja con cara de imbéciles”

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