«Estos son los datos, suyas son las conclusiones».
Éste es el leitmotiv del programa de La Sexta, El Objetivo[1], dirigido por Ana Pastor. La revisión de la prensa que hemos llevado a cabo en esta publicación, tan somera como inevitablemente personal, muestra que la realidad queda muy lejos de este mensaje propagandista. En mi opinión, expresiones de este tipo llevan a creer al lector, telespectador o radioyente que es mínimamente dueño de lo que piensa, que el buen periodismo presenta los datos sin ápice de contaminación o deterioro y que, por tanto, no es preciso cuestionar lo que se le comunica con el doble check de la verificación. Creo que es un craso error y, seguir a pies juntillas lemas como éste, un flaco favor que nos hacemos. Desgraciadamente, estamos mucho más influenciados de lo que siquiera sospechamos y eso no nos exime responsabilidad alguna. De ahí que la actitud crítica se me antoja como la única manera de salvaguardar algo de nuestra libertad y dignidad.
Como se ha visto, y como era de esperar, no asistimos al mismo tratamiento informativo ya se trate de una noticia, un artículo de opinión o un blog, incluso hay divergencia en cada uno de ellos según el medio que escojamos. Nadie esperaría algo distinto, la verdad. En cualquier caso, nunca está de más confrontar diversas publicaciones y ver cómo la subjetividad se va haciendo hueco conforme se suceden los diferentes formatos hasta rayar lo chistoso. También es cierto que en una noticia buscamos informarnos y a un blog le pedimos, además, entretenimiento y desahogo. Ciertamente, nadie acude a Losantos para una crónica sosegada de lo sucedido o a Monedero para que delibere con prudencia. Todo programa tiene su público y todo público su programa. «Este es el mercado, amigos» (e, insisto, no me parece mal).
Con todo y lo anterior, hay un par de cuestiones con las que quisiera concluir mi exploración. La primera de ellas tiene que ver con el reiterado uso de etiquetas del todo obsoletas como izquierda y derecha. Creo que los sucesos del Capitolio dejan claro, si no lo estaba ya, que emplear estos términos sólo logra distraernos y en modo alguno aproximarnos a un análisis provechoso de la realidad. Como se ha advertido, muchos cronistas se refieren a Trump y a sus partidarios como de la extrema derecha o muy próximos a ésta, Pilar Valero o Alana Moceri son dos ejemplos de ello. Pero ¿qué quiere decir hoy derechas?, ¿acaso es Trump partidario del libre mercado?, ¿su America first invita a anteponer al individuo a la sociedad o conduce más bien a un Estado poderoso y centralizado?, ¿su ideario apuesta por la libertad de movimiento de personas y mercancías? Me parece que el (no)muro con México es un ejemplo claro (aunque no palpable) de que el magnate neoyorkino no tiene gran aprecio por eso de los viajes entre países. Ahora bien, no poderlo encuadrar en la derecha no implica, ni mucho menos, que tengamos ante nosotros a un izquierdista empedernido, sobre todo si atendemos a su persecución al comunismo que ha servido de aliento a muchos fanáticos para establecer tramas del todo variopintas y difundir conspiraciones por las redes. El Muro de Berlín cayó, el escenario político es hoy muy diferente, por lo que hemos de renovar nuestro instrumental analítico. Y, de igual modo que más nos vale enterrar las etiquetas izquierdas y derechas, de nada servirá añadir un extrema delante para hacerlo más digerible y seguir hacia delante sin reparos. Si los conceptos ya no responden a la realidad, no vale distorsionarla para encajarlos a toda costa, como se decía en mi infancia: «eso es trampa».
La segunda cuestión a la que quería hacer referencia y que realmente fue el motivo que me llevó a escribir estas reflexiones, tiene que ver con uno de los delitos más graves que pueden achacársele a cualquier historiador que se precie: el anacronismo. Efectivamente, creo que los periodistas y opinadores, así como los políticos y personajes públicos han cometido el infame error de olvidar la idiosincrasia particular de los hechos históricos. Obviamente, no me voy a poner exquisita en un pecado que cometo cada día sin remordimiento alguno y, aunque considero que desde el periodismo o la política se debe tener un esmerado cuidado en no cometer torpezas como asimilar Trump a Hitler o a Jack Angeli con Tejero, no sería justo exigirles la agudeza de un académico o de un investigador. No obstante, me parece que en este sentido las cosas se han llevado demasiado lejos y no cuesta nada poner pie en pared para meditar un poco la cuestión.
Si nos preguntamos las razones de este uso extemporáneo de la historia es evidente que responde a intereses políticos muy concretos que no pondré en cuestión, pero con ello también se consigue tornar la discusión en algo previsible y aburrido, cercenar el desenvolvimiento de la sociedad y despojarnos de creatividad. Creo que el investigador Renán Silva Olarte (2009) lo expresa muy bien en este fragmento:
La tendencia al anacronismo se relaciona con tipos de ceguera ideológica que todos padecemos —en mayor o menor grado— acerca del funcionamiento de las sociedades sobre las cuales precisamente nos interrogamos, al tiempo que nos ilustra respecto de las presiones culturales que sobre el historiador ejercen las corrientes intelectuales del presente (288).
A la vista de las publicaciones recogidas, podríamos preguntarnos si Trump es o no un fascista, pero me parece que sería apartarnos de la cuestión, sobre todo teniendo en cuenta que el totalitarismo, el fascismo y el nacionalsocialismo son temas sobre los cuales aún se sigue derramando mucha tinta y no pueden ventilarse en una charla de café. ¿Se pretende decir con “fascista” que Trump es “muy malo”? Puede ser, pero me temo que los juicios morales son una cosa y el análisis de la realidad otra muy distinta, cuando el maniqueísmo impera, perdemos todos. El fascismo es un fenómeno muy concreto que emergió en un contexto específico y no puede extrapolarse felizmente sin fundamento alguno. Detrás del nacionalsocialismo podemos rastrear un compendio de filosofía que nos llevaría a Hegel o a Lutero y, disculpen mi atrevimiento, pero todo me lleva a pensar que detrás de Trump no hay demasiada filosofía, lo cual no le resta un ápice de peligrosidad ni una gran cantidad de mercadotecnia[2].
Considero que lo más oportuno es terminar estas divagaciones rememorando aquella célebre sentencia de Hegel (1993): “el búho de Minerva sólo levanta su vuelo al romper el crepúsculo” (54). Reconozco que ha sido repetida hasta la saciedad, pero no le falta un ápice de lucidez y agudeza. El búho de Minerva (la filosofía y la historia) sólo pueden acometer con cierto éxito su labor tras el crepúsculo, cuando los hechos sucedieron, una vez transcurrido el tiempo, cuando ha habido espacio para la reflexión, cuando los eventos han causado sus efectos. ¿Tiene sentido que a la mañana siguiente del asalto al Capitolio no sólo tengamos ante nosotros un “golpe de Estado”, sino a un “loco” o incluso a un “sedicioso”? Nos podrá parecer muchas cosas, pero Trump no ha sido juzgado ni diagnosticado, al menos, por el momento. No podemos encuadrar las imágenes en un relato, contrastarlas con otras semejantes de lugares remotos en tiempos pasados y pensar que hemos hecho la labor del siglo. Disculpen, pero el trabajo teórico requiere silencio y prudencia. La filosofía tiene sus tiempos, la historia avanza a su ritmo, impenetrable. Para los fanáticos del instante: no se preocupen, acabaremos teniendo categorías que abarquen lo sucedido o abriremos rendijas en el lenguaje donde situar las nuevas realidades, todo llegará.
Y, para concluir, haciendo gala al título de este Blog y como obsequio a aquéllos que rápidamente vuelcan su histrionismo en las redes y en la prensa, me reservo dos últimas apreciaciones: 1) Sí, Trump debe responsabilizarse de lo sucedido; si han de ser los jueces los que diriman, que así sea. 2) Después de todo, se ha limitado a llevar a la calle con poca elegancia y mucha estulticia lo que otros urden en los despachos.
Y, ahora sí: ¡Viva a la democracia, al Estado de derecho y que Dios bendiga a América!
[1] No está de más saber que este programa la encumbró en el modelo periodístico de verificación de datos y la llevó a fundar en 2018 la startup Newtral, verificadora de noticias fichada por Facebook para combatir la desinformación en redes.
[2] Si me permiten mi opinión, me parece que lo más acertado es encuadrar a Trump y sus artimañas dentro de la palabra trumpismo o populismo. No solamente ha demostrado utilizar maniobras populistas en términos de oratoria, relación con los medios o uso de las redes sociales, eso, mejor o peor, lo hacen todos los políticos, ya no hablemos de prometer lo imposible, un clásico desde los griegos. Me refiero al populismo que retrató Ernesto Laclau y desarrolló junto a su mujer, Chantal Mouffe, siguiendo muy de cerca el desarrollo del peronismo. Pero eso sólo son apreciaciones personales basadas en algunas observaciones: la concepción agonista de la política (herencia schmittiana), la apelación a un pueblo (America, nation, american people, american) oprimido por una élite (establishment, the media) que acaba adquiriendo una identidad propia como sujeto histórico y conquistando un discurso propio, haciendo especial hincapié en aquellos que habían sido desatendidos por el sistema y situando, como guinda del pastel, la retórica en el centro del tablero político. Pero, como señalaba, esto no es más que una simplificación de un fenómeno muy complejo que dejo a otros, reconozco que no he sido capaz de abrir un libro de Laclau o Mouffe. Siempre me ha picado la curiosidad, pero considero que haría falta cierto conocimiento en el pensamiento de Lacan para adentrarse en sus obras y el psicoanalista francés impone a cualquiera.
Trabajos citados
Hegel, Georg Wilhelm Friedrich. 1993. Fundamentos de la filosofía del Derecho. Editado por K. H. Ilting. Traducido por Carlos Díaz. Madrid: Libertarias/Prodhufi.
Silva Olarte, Renán. 2009. «Del anacronismo en Historia y en Ciencias Sociales.» Historia Crítica 278-299.