Siembra. “No soy ni feminista, ni machista, hembrista, ni masculinista. Soy un hombre”. Siembra. “No al trapo arcoíris que une a la plutocracia internacional con la izquierda más sectaria”. Siembra. “Le dije que crecerían las violaciones por culpa de una política insensata de fronteras abiertas, y me quedé corto”. Siembra. «Defendemos el matrimonio tradicional entre hombre y mujer». Siembra.
Día tras día, bajo el abrasador sol de los campos de nuestra hermosa tierra, las gotas de riego van cubriendo los cultivos. Del mismo modo, día tras día, los miembros de Vox han ido avanzando en sus discursos, difundiendo ideas, insinuando y cuestionando en uno y otro rincón del país. El tiempo ha transcurrido y, como todo trabajo que requiere paciencia y habilidad, parece haber dado sus frutos. Frutos que se manifiestan en forma de votos, en forma de subvenciones y en forma de una presencia constante en la agenda mediática.
Debo confesar que ante la retórica exagerada de Vox y sus seguidores, no experimento miedo, temor ni parálisis. No siento ira ni desasosiego. Seguramente, estaré equivocada y debería sentir un terror que vea amenazado todo lo que hemos construido, más aún siendo mujer, sin embargo, evito dejarme dominar por el paralizante miedo y en su lugar, lo reemplazo con preguntas de quien, con mejor o peor fortuna, busca comprender.
Comprender, sin duda, se convierte en una tarea imperante. Es necesario preguntar a aquellos que hipócritamente dicen estar al lado de los trabajadores de nuestro país, respaldándolos en su ardua labor diaria, por qué promueven políticas que contradicen sus propios intereses. Es necesario preguntar a aquellos que señalan al llamado «Orden Mundial» por perjudicar a los menos privilegiados, por qué sus propuestas económicas elogian el mismo capitalismo desenfrenado que dicen combatir. Es necesario preguntar a aquellos que ven un «chiringuito» oculto tras cada asociación, por qué se benefician de recursos públicos en sus «chiringuitos» particulares. Surgen interrogantes hacia aquellos que, con razón, alaban la diversidad cultural y el mestizaje que enriqueció el imperialismo español, pero al mismo tiempo perciben a cada inmigrante como una amenaza y se estremecen ante cualquier diferencia que se cruza en su camino.
Para comprender hay que seguir preguntando. En medio de estos campos que anhelábamos que fueran estériles pero que, paradójicamente, han logrado acoger las semillas que los miembros y seguidores de Vox han esparcido día tras día, me pregunto cómo hemos permitido que esto ocurra. ¿Cómo hemos dejado que los temas fundamentales y profundos de nuestra sociedad se conviertan en un agujero negro del que ya no se puede hablar? ¿Por qué hemos cerrado la puerta a los debates que nos incumben a todos, por muy delicados y sensibles que sean? ¿Cómo se nos ocurrió no abrir amplios debates en lo que respecta a la violencia de género, las medidas que se están tomando, las decisiones que se están evaluando y los discursos que se están pronunciando? ¿Por qué no hemos permitido que la sociedad participe en las discusiones que nos afectan a todos (condiciones de vida digna, salud mental, relación entre el Estado y las diferentes confesiones religiosas, etc.)? ¿Por qué la autodenominada izquierda sigue paseándose abiertamente, presumiendo de una supuesta superioridad moral, en lugar de atreverse a adentrarse en el clivaje del debate común y público poniendo a prueba esa (seguramente justificada) superioridad moral?
Si es cierto que los valores que defendemos son lógicos, racionales y moralmente óptimos para el conjunto de la sociedad. Entonces, ¿por qué sentimos tanto miedo de cuestionarlos frente a aquellos que tienen opiniones diferentes? Si confiamos en nuestra lógica, sabemos que saldremos victoriosos de cualquier escrutinio. “No deberíamos discutir el sentido común”, se me dirá. Discrepo, es precisamente el sentido común lo que ha de ser discutido y lo que está en constante disputa, es precisamente aquí donde Vox se muestra como el mejor intérprete de Gramsci en estos momentos. Han comprendido que, para alcanzar la victoria política, primero deben librar y ganar la batalla cultural. Han entendido que el lenguaje crea y moldea la realidad. No hablan del género porque, según dicen, esa palabra está cargada de ideología. ¡Como si las palabras no llevaran consigo el rastro de las ideas y del poder! ¡Como si alguna de ellas pudiera declararse libre de subjetividad y coerción! ¡Como si no quisieran simplemente imponer las suyas!
Vox ha demostrado saber leer el panorama nacional y tomar el pulso de aquellos que se han sentido ignorados, e incluso menospreciados, por los que se creen poseedores de una supuesta superioridad moral. Nos encontramos en un momento en el que debemos cuestionarnos cómo hemos llegado aquí. Debemos preguntarnos si darle la espalda a esta realidad que ha sido sembrada ha sido la mejor opción. ¿Por qué hemos sido tan cobardes al negarles el uso de la palabra en la esfera pública, si somos conscientes de que la justicia está de nuestro lado? ¿Cómo hemos sido tan temerosos y por qué seguimos siéndolo? ¿Cómo podemos permitirnos seguir viviendo entre el miedo paralizante y el silencio? Es hora de dar voz a nuestras palabras y que resuenen. Si nuestros valores son tan poderosos, tengamos el coraje de defenderlos. Si nuestras palabras son tan acertadas, enfrentémoslas a todas las demás.
Siembra. “La homosexualidad no es una ‘enfermedad’ ni un ‘problema’”. Siembra. “La violencia machista existe”. Siembra. “Debemos responsabilizarnos del futuro del planeta”. Siembra. “Sanidad pública y universal”. Siembra. “Ni una menos”. Siembra.
“Instrúyanse, porque tendremos necesidad de toda vuestra inteligencia. Agítense, porque tendremos necesidad de todo vuestro entusiasmo. Organícense, porque tendremos necesidad de toda vuestra fuerza” (Antonio Gramsci).