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Las democracias liberales pasan por el diván. La re-vuelta en las elecciones francesas.

Segunda-vuelta-1

Las democracias liberales, por más que así se las esboce, no son el cálculo claro y preciso de una mente privilegiada que dio con la fórmula que haría de los equilibrios y contrapoderes un aparato majestuoso de toma de decisiones y organización social. Un escenario tal no sería sino un retorno al Edén ahistórico del designio particular. La razón planea, el mundo dispone.

Tan peligroso en este punto es pecar de la falacia idealista como de la naturalista. Es decir, no cabe extraer un ‘debe ser’ de un ‘es’, como tampoco lo contrario. Si el ser humano ‘es’ egoísta, pongamos por caso[1], no quiere decir que ‘deba’ serlo, es posible y tal vez necesario corregir eso que se presenta como la naturalidad del animal humano. Lo mismo cabría decir al contrario, que el ser humano ‘deba’, a nuestro parecer, ser altruista o considerado no quiere decir que lo sea. No cabe dejarse llevar por la ceguera de ver en ciertos comportamientos virtudes o valores que no se dan por más que idealmente quisiéramos que así fuera.

Aplicado al sistema político que gobierna en la mayoría de los países occidentales, las democracias liberales, podemos decir exactamente lo mismo: si ‘son’ defectuosas no quiere decir que ‘deban’ serlo[2] y, de otra parte, si su ideal tiene un determinado diseño éste no tiene por qué  coincidir con su concreción práctica real. Defender la democracia no significa ni mucho menos defender cómo éstas se han dispuesto en su concreción actual y, del mismo modo, la manera en la que se han plasmado no las convierte en monumentos monolíticos que no puedan seguir transformándose. Por suerte o por desgracia, los sistemas que nos gobiernan son fruto de un decantamiento histórico.

La vida psíquica de la democracia

Una vez dicho esto, bien podríamos contradecir aquéllos que, dejándose llevar por el “principio del placer”, han dibujado de una manera ingenua e indulgente un modo concreto de conducirse en sociedad y una manera precisa de funcionamiento del Estado de Derecho y pretenden desesperadamente que cierto dinamismo o “mano invisible” de la democracia funcione tal y como se esbozó en un supuesto plan o imaginario. Tal absurdo es el que les lleva posteriormente a mostrarse tristes, defraudados y airados cuando la terca realidad sigue su curso de acción sorda a sus proclamas y el ser humano se muestra “humano, demasiado humano”.

Pretender un comportamiento enteramente racional al estilo “homo economicus” en la vida política no sólo es falaz, sino que es un absurdo perjudicial para la sociedad misma. Lo mismo podría decirse con respecto al velo de la ignorancia rawlsiano, el sujeto ético por excelencia a modo del ego trascendental kantiano se abstrae del mundo social para tomar la elección más justa. Pretender que los engranajes de un meticuloso artefacto como es el Estado funcionen perfectamente engrasados ajenos a los desgastes del tiempo y de la vida, es propio de los locos o los cándidos. En este punto, echar mano del psicoanálisis nos puede ayudar.

Sigmund Freud presentó la vida psíquica del peculiar animal humano que somos regida por dos fuerzas que se disputan el poder. Dos fuerzas que, si no logran el equilibrio (‘principio de Nirvana’) acaban siendo un foco de complejos y neurosis.

De una parte, tenemos el ‘principio del placer’. Tal principio lleva al ahorro de energía psíquica y su objetivo principal es la baja excitación evitando su consecuente dolor o displacer. Pero, ¿qué disturba la paz inicial y hace imperioso un reequilibrio para mantener la carga energética en una estabilidad soportable y llevadera? ¿Qué es lo que irrumpe elevando los índices energéticos del psiquismo alterando la paz y la armonía? La respuesta no se hace esperar: es la vida, la realidad.

Efectivamente, igual que el fundamentalista democrático, llevado por su idealismo, se da de bruces con la realidad y ha de replantearse sus posicionamientos, o el sujeto trascendental ha de quitarse el velo que efectivamente lo hace ignorante para enfrentarse a su yo empírico, el organismo ha de hacer frente al ‘principio de realidad’ que le impide mantenerse tal cual está. Como apunta Freud, el medio se presenta hostil y muy lejos de los deseos tranquilos del principio del Nirvana tornando imprescindible el auxilio del principio del placer:

los órganos de los sentidos (…) en lo esencial contienen dispositivos destinados a recibir acciones estimuladoras específicas, (…) además, poseen particulares mecanismos preventivos para la nueva protección contra cantidades excesivas de estímulos y detener los estímulos ina­decuados.

Sigmund Freud.

Ante la agotadora realidad que carga con un sinfín de estímulos deleitosos y absorbentes a un organismo desprotegido y lanzado al porvenir, éste ha de protegerse y el movimiento de retraimiento que lo vuelve a sí es la única respuesta posible a una sobreexposición de estímulos que no es capaz de soportar.

Este movimiento interior es con lejos lo más comprensible dada la estructura psíquica que Freud nos presenta. Y este mismo movimiento es el que vemos en términos sociológicos aventurarse por toda Europa. Ante una modernidad, e incluso posmodernidad, según a quién se le pregunte, que lanza sin descanso, con nocturnidad y alevosía todo tipo de luces de colores, de estímulos apetitosos, de información, datos, incertidumbres, idas y venidas; un mundo conectado, interconectado, superconectado, hiperconectado, la globalización sin permiso agotadora, insaciable, especulativa y divertida. Los anuncios en televisión, las directivas que prohíben lo permitido y permiten lo prohibido, las sotanas convertidas en comentaristas de la realidad, una realidad que siempre llega tarde, una realidad que es relegada por otra y por otra y por otra. Mientras tanto, ningún asidero que recoja al pobre organismo que sólo quería vivir en armonía.

Desde este punto de vista, el auge de partidos populistas y excluyentes es el movimiento más comprensible que haya podido ocurrir. La cantidad exponencial de personas que acaban votando a este tipo de partidos no responden sino al intento de restablecer una armonía perdida, de poder hacer frente al principio de realidad antes de que ésta les arrolle. El repliegue identitario nacionalista y excluyente trata de equilibrar la fuerza centrífuga de un capitalismo tardío y una posmodernidad auto-concebida que siempre exige más, que sean precisamente los más expuestos y desprotegidos ante la vorágine del nuevo mundo los que engrosan las filas de los votantes de este tipo de formaciones políticas es lo más compresible.

Marine Le Pen, Víktor Orban, Santiago Abascal, Matteo Salvini…, son síntomas, insistimos de nuevo en este punto. Pero tales síntomas no acabarán con la vida del paciente. Por más que los medios de comunicación así lo quieran exhibir, tengo la impresión de que la llamada “extrema derecha” no es el cáncer que puede acabar con las democracias liberales. Muy fácilmente el sistema puede asimilar dentro de sí este tipo de formaciones y sus discursos, no ya blanqueándolos, sino incorporándolos como elementos imprescindibles para su correcto funcionamiento. Trump llegó a la Casa Blanca, Gran Bretaña salió de la Unión Europea y el liberalismo siguió ahí. Los defensores de este sistema político no debieran estremecerse tanto por el surgimiento de estas formaciones como por otra derivada mucho más silenciosa y preocupante.

Se cayeron las máscaras y apareció la muerte

En 1920, Sigmund Freud publica Más allá del principio del placer, esta es una obra fundamental en la biografía del autor que marcará un antes y un después en la elaboración de su doctrina. Las hipótesis que en esta obra avanza el padre del psicoanálisis no fueron bien acogidas por parte de sus discípulos, menos aún por sus más críticos. Vieron en los planteamientos que aquí se exponían y sus implicaciones una posible derivada metafísica y especulativa para una disciplina que, no se nos olvide, tiene pretensión de cientificidad. El mismo Freud no se atreve a postular sus afirmaciones como evidencias, sino como un bosquejo.

¿Y qué descubrió Sigmund Freud que levantó tanta polvareda? Lo que se vislumbra en este libro, con mejor o peor acierto, es precisamente la fuerza que a mi entender está poniendo en peligro a la democracia occidental y es ni más ni menos que el “principio de muerte”.

Las observaciones que lo llevaron a escribir esta obra fueron la expresión de la pulsión de repetición de un paciente que se ve obligado a persistir reiteradamente en la conducta obsesiva que en modo alguno le produce placer. Lo que observa Sigmund Freud en este pequeño tratado es precisamente una fuerza que no tiende a la estabilidad, que trastoca el ejercicio normal de la vida psíquica y la altera alejándola del principio del Nirvana y que, sin embargo, no viene desde fuera. He aquí la clave, surge del interior del sí mismo. De esta manera, ya no nos referimos al principio de realidad al que el organismo ha de hacer frente para reinstaurar la estabilidad, hablamos de un principio que surge desde el interior, del cual uno no se puede desprender y que, sin embargo, va en contra del propio organismo llevándolo a etapas posteriores y en último término a la muerte.

Podría verse en este instinto de muerte el repliegue al que hemos hecho referencia anteriormente y que vendría representado por figuras como Marine Le Pen, sin embargo, no es esta mi impresión. Como he venido sosteniendo, de un modo u otro, creo que estos surgimientos de montículos en esta dialéctica infausta que es la política son perfectamente comprensibles y asumibles dentro del sistema. Lo que debiera preocupar es precisamente aquella escena con la que terminé mi último artículo sobre este asunto[3], me refiero a la imagen de los estudiantes en la Sorbona bajo el grito “ni Macron, ni Le Pen”. Este movimiento estudiantil que quedará como una anécdota, ya se vio antes con otro atuendo, el de los chalecos amarillos y, pese a que el foco mediático no ha querido poner su atención en ello, se ha vuelto a ver tras las elecciones, dos muertos en unas protestas por la victoria (o, mejor dicho, la no derrota) de Macron cerca del Pont Neuf[4]. Con todo, lo más grave quizá sea el elevado índice de abstención en la segunda vuelta a las elecciones francesas, una abstención de un 27,6% lo que la hace la más elevada de los últimos cincuenta años[5].

Estos actos de pura negatividad no están fundados en positividad alguna, no hay ningún acto efectivo que los sostenga ni proyecto que fundar. Y lo más significativo de todo es que este acto radical se hace por los mismos que sostienen la democracia y por eso mismo la cuestión alcanza unas dimensiones inconmensurables. Es cuando los propios actores deciden dejar de cumplir con su rol establecido cuando el técnico se ve en la tesitura urgente de bajar el telón para que nadie más pueda percibirlo y trate de imitarlos, si es que no es demasiado tarde.

El propósito de este artículo no es tanto determinar si las “democracias realmente existentes” son perfectibles, son el mejor escenario posible o han de ser sustituidas. Ese debate no ocupa lugar en estas líneas. Lo que modestamente trato de señalar es que, en mi opinión, ese mismo sistema, sus formas, sus reglas, sus valores y su lenguaje están comenzando a hacer aguas y no precisamente por Le Pen, Abascal u Orbán, podemos seguir señalando a partidos antisistema, democráticos o antidemocráticos, iliberales, populistas, agitadores de odio, reaccionarios, pónganles el epíteto que más les convenga, sin embargo, creo que si los sistemas democráticos están en peligro, es precisamente por la ‘nada’ que supura de sus entrañas, por el ‘no’ que retorna en el tiempo, por la incredulidad de sus actores que no quieren seguir siendo partícipes de esta farsa.

Cuando hablo de farsa, de teatro, de escenario o vodevil no lo hago en ningún momento desde la deslegitimación. Bien al contrario, la grandiosidad de la democracia responde precisamente a su carácter de farsa teatral, una ficción representativa con sus usos y costumbres, su guion, sus actores, roles, códigos y vestuarios. Vivir en democracia es cumplir con una serie de rituales, algunos codificados, otros muchos no. Vivir en sociedad consiste en acatar las normas del Gran Otro (el orden simbólico, el Estado, la Ley…) que introyectamos de un modo natural. La máscara que nos hace personas no es un agravio, si acaso es el rostro del zoon politikon.

[El Gran Otro sobre el que se sustenta cualquier sistema político] no tiene, desde luego, realidad sustancial (…). Precisamente en cuanto es un “esquema sin vida”, debemos presuponerlo como un punto de referencia ideal que, a pesar de su inexistencia, es “válido”, es decir, domina y regula nuestra vida real. De una manera un tanto poética, podríamos decir que el hombre es el animal cuya vida es gobernada por ficciones simbólicas.

Slavoj Žižek

¿Comprenden, pues, la dimensión del problema que tenemos delante cuando, al tomar conciencia de la irrealidad de este Gran Otro, empieza a resquebrajarse el temor social de salirse del orden de lo simbólico que éste impone? ¿Se atisba ahora la inconmensurabilidad del problema si se tiene en cuenta que el Estado sólo es real en y por la actuación de los ciudadanos? ¿No ven el peligro que atañe el que los hombres retiren sus máscaras porque el pacto ficcional ha sido incumplido por alguna de las partes? ¿Y quién recompondrá los acuerdos, quién restaurará la legitimidad del gobierno del “pueblo”?

Los partidos de derecha populista, del mismo modo que los de izquierdas, siguen dentro de este juego de máscaras y relatos ordenados, son la respuesta al “principio de realidad” que se impone. Las alertas y cordones sanitarios son muy vistosos, pero no responden a la causa del problema. Cuando el “principio de realidad” ha desbordado lo que cualquier organismo es capaz de asimilar poco hay que hacer, el trauma hace acto de aparición, surge la pulsión de muerte en un círculo reiterativo y cadavérico. Primero la ira en las calles, después la apatía sin llanto. Es esto y no otra cosa lo que debiera preocupar a más de uno.

Aquellos defensores de las democracias liberales tildarán este momento de tenebroso, los nihilistas sonreirán ante el olor a arruinas y escombros, los perseguidores de otros mundos posibles se prepararán para acudir raudos a esbozar utopías más o menos distópicas. Este artículo no pretende moralizar ni emitir juicios valorativos, simplemente señalar lo que, a mi juicio, son las heridas por las que se desangra lo que mantiene unidos a los mortales en su traumático devenir por este mundo. Así pues, en este punto, hago mías las palabras de Sigmund Freud:

Se me podría preguntar si yo mismo estoy convencido, y hasta qué punto, de las hipótesis aquí desarrolladas. Mi respuesta sería que ni estoy convencido de su certeza, ni pido a los demás que crean en ellas. Me parece que aquí no debe tenerse en cuenta el factor afectivo del convencimiento. Podemos entregarnos a una argumentación y seguirla hasta donde nos lleve solo por curiosidad científica o, si se quiere, como un advocatus diaboli, que no por eso ha entregado su alma al diablo.

Sigmund Freud.


[1] Quisiera aclarar que no estoy en absoluto de acuerdo con esta declaración y que la incorporo sólo a modo de ejemplo.

[2] Respecto a este punto cabe matizar dos cuestiones, por un lado, ¿cuál es el modelo de la democracia ideal? Y, de otra parte, cabe señalar que no son pocos los que apuntan a que ciertos comportamientos que son considerados “antidemocráticos” como la corrupción o las “cloacas”, no son déficits de una democracia en la que habría que profundizar para superarlos, sino constitutivos de ésta. Este punto de vista, si bien cuestionable, es sin duda sugestivo.

[3] https://incorreccionpoliticacritica.com/2022/04/16/se-apagan-las-luces-de-la-razon-y-comienza-la-farsa-la-primera-vuelta-de-las-elecciones-francesas/

[4] https://www.elmundo.es/internacional/2022/04/25/62662df021efa0e3428b4573.html

[5] La abstención es más acuciante entre la población más joven y con menores rentas, los más aquejados por la precariedad. Es significativo que un 35% se abstenga de acudir a las urnas porque ningún candidato responda a sus ideas y más aún que un 25% manifieste su negativa a ir a votar una vez más a la contra. https://www.rtve.es/noticias/20220425/elecciones-francia-perfil-votado/2338760.shtml.

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