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Lo que The New Yorker oculta. La alarma climática en cuestión

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El punzante lapicero de Eric Drooker

Olvídense de sesudos análisis y reputados cronistas, si hay algo que refleja el sentir de la época, por dónde van los acontecimientos, son sin duda las maravillosas portadas de la revista The New Yorker. En ellas, hemos podido ver desde las míticas Torres Gemelas bañadas de una penumbra desgarradora, hasta la imagen de Donald Trump en la que una mascarilla le cubre los ojos cuando hacía oídos sordos a la magnitud de la crisis sanitaria. Críticas y rebeldes han sido siempre estas afiladas ilustraciones. Cual bisturís, clavan su mensaje en el corazón mismo de una sociedad cada vez más difusa y dibujan con precisión cuáles son las hendiduras por las que se cuelan las contradicciones más apabullantes.

La portada del día 8 de noviembre no ha dejado a nadie indiferente. Desde luego, su belleza no tiene parangón. The New Yorker sabe cuidar los detalles y sus ilustradores son auténticos artistas. Sin embargo, es la crítica que subyace a esta estampa lo que ha hecho aflorar el debate. Al fondo, echa humo una Nueva York estrangulada por los tonos rojizos del infierno. Sobre esa estampa sofocante, las sombras negras de unos molinos de viento cuyo movimiento dan un día más a esta atolondrada modernidad. Por último, en primer plano, se yergue la sombra alargada y siempre afilada de Don Quijote de la Mancha a lomos de Rocinante con lanza y escudo en mano. El tiempo ha resucitado al viejo hidalgo, ese personaje alocado, aventurero y fiero que se enfrenta a los demonios que sólo habitan en su cabeza.

The New Yorker, una vez más, ha dado en el clavo. El debate sobre el cambio climático inunda literalmente todas las tertulias, todos los telediarios, toda la prensa, todas las conversaciones. Hay opiniones para todos los gustos (y para todos los disgustos). Están los que consideran imprescindible tomar cualquier medida, por exagerada que pareciera, para frenar una hecatombe sin parangón; otros consideran que son las élites globalistas las que andan detrás de este alarmismo injustificado; la mayoría, por su parte, se contenta con escuchar a los expertos, quedándose embelesada en cada una de sus palabras sin decir está boca es mía.

El injusto sueño de los justos

Si bien, han sido muchos los años en los que activistas y profesionales llevan advirtiendo de los peligros del cambio climático y de las terribles consecuencias que sufrirían las generaciones futuras si no ponemos freno a un crecimiento insostenible, parece que ha sido ahora, en este momento, cuando los líderes políticos han decidido tomar cartas en el asunto. Quizá no sería del todo inconveniente preguntarnos las razones que los han llevado a cambiar el relato de una manera tan atropellada y sin previo aviso. Sin que el escenario estuviera preparado, ni los focos, ni los actores, sin que el debate hubiese sido puesto sobre la mesa. De pronto, ha sido lanzada la cuestión dando en el cogote a cada uno de los ciudadanos que a duras penas han conseguido recobrarse de la crisis sanitaria. En cualquier caso, a falta de una explicación que logre resolver las dudas planteadas, este fin de semana hemos visto a la mayoría de los líderes mundiales reunidos en Glasgow para evaluar cuán rojo, naranja o amarillo será el escenario que asfixie la ciudad de Nueva York[1].

Ahora bien, al ver la parafernalia, de nuevo surgen las preguntas. ¿Cuánta desazón agita los corazones de los líderes políticos?, ¿cuánta preocupación alborota sus vidas?, ¿cuánto desasosiego padecen si han requerido de una oleada de 400 jets privados para congregarse y hablar del fin de la civilización tal y como la conocemos[2]? ¿Cuánta aflicción advertimos en sus decisiones cuando animan a terceros países a producir el gas y el carbón que ellos se han comprometido a dejar de extraer? Quizá la pregunta este mejor planteada en los siguientes términos: ¿cuánta hipocresía alberga dicha cumbre y a cuánto nos va a salir por cabeza?

No importa, la alarma, ya ha sido disparada e, igual que los costes de esta transición ecológica, parece que también cargarán sobre los ciudadanos el pánico y el miedo que, siguiendo el hilo de sus declaraciones, ellos deberían estar sintiendo. Sin ir más lejos, la televisión pública TV3 compartía un mensaje de concienciación en el que aparecían unos jóvenes que declaraban abiertamente haber sufrido ecoansiedad[3], esto es, un estado de auténtica angustia e inquietud al tomar conciencia de las dimensiones del problema y advertir lo poco o nada que se hace a su alrededor para paliarlo. Cuidémonos de las psicosis colectivas, todos podemos ser víctimas de un miedo atronador y paralizante. Una población temerosa es una población voluble, dispuesta a cualquier sacrificio por doloroso y costoso que sea. Menos dispuesta a criticar, a confrontar, a cuestionar. Una ciudadanía temerosa, simplemente deja de ser ciudadanía.

Con todo, hay datos interesantes y reveladores[4]. Un reciente estudio llevado a cabo en EEUU apuntaba que la descarbonización que se pretende para 2050 costaría algo más de 11000 $ al año a cada ciudadano estadounidense[5]. Si bien, esto se torna mucho más interesante si lo cruzamos con otra encuesta que revela que cada ciudadano americano estaría dispuesto a pagar no más de 100 $ al año para enfrentar la crisis climática[6]. Y, ahora, de nuevo las preguntas. ¿Creen nuestros dirigentes que los sacrificios que están pidiendo son viables? ¿Creen que las ecotasas, los impuestos verdes, las restricciones, no acabarán haciendo que la presión y el disgusto social se disparen y que cada vez sean más las personas que se hagan con un chaleco amarillo? ¿Quién ha fijado esos límites y esos retos? Y, más aún, ¿pagaremos todos lo mismo o habrá quien pueda seguir desplazándose en jet privado y degustando una buena pieza de ternera?

Cuando hay pánico e infoxicación, no hay preguntas. Donde hay corrección política no hay cuestionamientos. Si ya han decidido por nosotros, ¿para que van a querer aguantar nuestras disquisiciones? No obstante, tal vez sea conveniente tener presente que si China, la India o África no se unen a este desafío, aunque lográsemos alcanzar los requerimientos que se han planteado en Glasgow, la temperatura de la Tierra seguirá subiendo casi lo mismo que de no hacer nada. Y estos países no están muy dispuestos, por el momento, de renunciar a un desarrollo del que se han visto cohibidos y pagar los costos de los privilegios del primer mundo. Por desgracia, este tipo de historias nos resultan del todo familiares, unos se pasean con el pin de la Agenda 2030 mientras otros hacen cábalas para ver cómo pagarán el recibo de la luz. Unos reivindican ir en bicicleta, mientras otros maldicen el día que apostaron por el coche diésel. Unos se lo pueden permitir, otros no.

La preocupación o la hipocresía es tal que la imagen de Biden quedándose dormido durante la cumbre de Glasgow ha dado la vuelta al mundo. Pero no seamos mal pensados, quizá el pobre anciano estaba padeciendo un ataque de ecoansiedad. 

Si lo encuentran, díganmelo

Después de estas preguntas, no quiero dar a entender que la crisis climática no sea un problema de primer orden, más bien al contrario, como pienso que es fundamental no podemos dejarnos llevar por la histeria y la alarma de los que parecen jugar con la realidad a su antojo. Por eso quizá sea el momento de volver la vista a la portada de The New Yorker pues creo que revela la clave de toda esta cuestión, un detalle fundamental en el que se sustancia todo este debate. Lo que me acongoja de esta portada no es tanto lo que aparece en ella, sino una ausencia capital: ¿dónde está Sancho Panza?

El hidalgo de la Mancha era un hombre de otro tiempo que tenía que enfrentarse a una nueva realidad que se le venía encima. Un guerrero desfasado hecho para otra época, para otro lenguaje, para otra episteme. Un admirable caballero que ve gigantes dónde hay molinos, que ha quedado anquilosado en las lecturas caballerescas y que, por tanto, no puede hacer frente a una realidad completamente otra. Una realidad que se escribe en otro lenguaje, con otra cadencia, otro vocabulario y abecedario. Sí, efectivamente, no podemos negar la realidad, ante nosotros el panorama es sombrío y azaroso. Negarlo nos abocaría al desastre. Sin embargo, Sancho Panza es un personaje sumamente importante en la obra de Cervantes y arrebatárnoslo es una injusticia imperdonable. Este personajillo simpático cumple el rol fundamental de hacer de traductor a un hidalgo enloquecido por la lectura. Es el puente de unión entre Don Quijote y el mundo. Es el tránsito imprescindible para que lo viejo dé paso a lo nuevo. Podemos decir que Sancho Panza es el líder, la avanzadilla que desde la sombra puede dirigir y guiar el tránsito entre dos universos inconmensurables.

Pero, en esta historia, ¿dónde está Sancho Panza? No lo busquen en Glasgow. Tampoco en aquellos que anuncian el fin del mundo, o los que ignoran la problemática que tenemos delante. El tema es urgente, importante y candente. Ya advertía el genio de Cervantes que entre la temeridad y la cobardía está el valor. Basta ya de apocalípticos e integrados, de las chanzas y las pantomimas. Hace falta valor y coraje para la que se nos viene encima. Ahora, si me permiten, dejen que como aquel cínico saque mi candil en busca de seguramente el último hombre honesto. ¿Dónde está usted, Sancho Panza? 


[1] Ha habido ausencias más que reseñables como la del presidente de la Republica popular China, Xi Jinping​, que se ha limitado a remitir una declaración en la que pide más ayuda a los países en desarrollo sin hacer ningún tipo de compromiso para rebajar las emisiones de la que es una de las potencias más contaminantes actualmente. https://www.efe.com/efe/america/mundo/china-pide-mas-ayudas-a-paises-en-desarrollo-sin-avanzar-nuevos-compromisos/20000012-4665357

[2] https://www.libremercado.com/2021-11-02/la-hipocresia-de-la-cop26-400-jets-privados-llegan-a-glasgow-para-dar-lecciones-ecologistas-6833328/

[3] https://www.ccma.cat/324/ecoansietat-quan-coneixer-els-efectes-de-la-crisi-climatica-genera-angoixa-als-joves/noticia/3126966/

[4] Para un análisis detallado de la cuestión que aborde la problemática desde su vertiente económica, les recomiendo este vídeo del profesor Juan Ramón Rallo: https://www.youtube.com/watch?v=jRY7Gl6NNUU.

[5] https://www.wsj.com/articles/climate-change-cost-economy-emissions-tax-per-person-net-zero-joe-biden-11634159179

[6] https://www.cato.org/blog/68-americans-wouldnt-pay-10-month-higher-electric-bills-combat-climate-change

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