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Los cómodos miedos de comunicación felicitan las fiestas a la presa incómoda. El periodismo y el poder.

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No se vayan a ofender

El otro día la comisaria europea Von der Leyen consiguió lo que el alcalde de Vigo no había conseguido con sus luces navideñas. En pleno mes de noviembre, fue tendencia en Twitter “Feliz Navidad”. Ya comentamos en su día lo paradójico y fantástico que tiene el efecto Streisand que consigue poner en el centro aquello que hubiera pasado desapercibido por el mero hecho de que el protagonista lo denuncia dirigiendo todas las miradas hacia el suceso y sobredimensionándolo. A nuestra Unión Europea le pasó algo muy similar cuando se filtró un documento en el que se aconsejaba que, en aras de la tan estimada y manida inclusión, este año no se felicitase la Navidad y en su lugar se optara por el recurrente “felices fiestas”. 

Como no puede ser de otro modo, la respuesta no se hizo esperar y la Navidad fue felicitada en cientos de idiomas y la mayoría de los buenos deseos para tan señalada fecha iban dirigidos a la propia Von der Leyen. Ante tal torpeza comunicativa por parte de la Comisión, muchos se preguntaron si la falta de inclusión que podría suscitar la tradicional felicitación de la Navidad era o no equiparable a la recién incorporada felicitación del Ramadán a la que nuestras autoridades se han sumado gustosas. 

De una manera un tanto burda, todo hay que decirlo, nuevamente advertimos cómo se trata de situar los parámetros del discurso público apelando a la corrección, a los buenos sentimientos, a la inclusión de todos y la convivencia pacífica. Ideologemas que consiguen aplastar el pensamiento que retrocede ante la coacción moral más impúdica, pues nadie en sus cabales saltaría a la palestra a cuestionar tan nobles valores, por lo menos si no quiere llevarse un rapapolvo y algún que otro descalificativo. Y, aún así, muy consciente de que la sarta de cursilerías que nos imponen no sólo es imposible si no, en algunos casos, indeseable, me atrevo a afirmar que sería muy sano dudar de todo ello por muy fantástico que en un principio nos parezca. 

La estulticia del comisariado europeo llegó a tal punto que el documento hubo de ser retirado bajo la confesión de que no estaba del todo “madurado”. Ahí hay que darles la razón, esta manera de entender y hacer política está siendo del todo infantil y muy corta de miras. En apenas unas horas la opinión pública consiguió que lo que a todas luces era un atropello a la razón, un absurdo que haría sonrojarse al menos docto, se trasladara al rincón de pensar. Y, si me permiten, espero que no salga de ahí hasta que no lleve consigo unos buenos fundamentos asentados en lo razonable, una justificación capaz de medir sus fuerzas en el espacio de la argumentación pública.

De eso se trata, de establecer gota a gota un nuevo sentido común, una nueva forma de mirar y entender la realidad. No es algo nuevo, ni malo per se, no hay otra manera de establecer un poder hegemónico que sea capaz de reproducirse y mantenerse en el tiempo, así es como se crean las instituciones y se legan a las futuras generaciones. La pregunta no es tanto por el procedimiento de adoctrinamiento común a toda cultura, sino por el quién del que ejerce ese poder y sobre todo el para qué lo ejerce. Esas preguntas serían no sólo pertinentes, sino esenciales, y creo que son las que deberíamos hacernos en este momento. 

¡Paren las rotativas!

Este acontecimiento al que estamos más o menos acostumbrados, puede parecer peccata minuta, pero se torna mucho más escandaloso si lo juntamos con una segunda noticia que se reprodujo dos días después de la anterior y fue nada más y nada menos que un documento de ciertas formaciones políticas (PSOE, Unidas Podemos, ERC, PNV, Junts, Bildu, BNG, CUP, Más País-Equo, Compromís, Nueva Canarias y PDeCat), curiosamente las que detentan ahora mismo el poder en este país, en el que denuncian ante la Secretaría General del Congreso de los Diputados que ciertas agencias de información y periodistas, a su real saber y entender, no están cumpliendo con los principios deontológicos de su profesión durante las ruedas de prensa y, en consecuencia, urge a “tomar las medidas necesarias”. 

Me parece que no habrá nadie que crea que ciertos principios democráticos tienen sentido y que piensa que, hoy por hoy, la democracia es la que más acierta a la hora de propiciar el mantenimiento del Estado y su supervivencia, que no se lleve las manos a la cabeza al leer este documento y comprobar cómo en las ruedas de prensa políticos, que deberían representarnos a todos, se han negado a responder a medios acreditados con la excusa de que forman parte de lo que sería una burbuja mediática de ultraderecha sin, por supuesto, determinar los parámetros o criterios que determinen qué es ultraderecha, ni cuanto menos izquierda o derecha.

Este documento es un agravio sin precedentes para los ciudadanos y los contribuyentes. Creo poder afirmar con rotundidad sin ser tachada de fascista que un político no debe cuestionar la prensa, muy al contrario, es la prensa la que debe cuestionar al político. El periodismo sólo puede serlo si es incómodo para quien detenta el poder, el resto son fabulaciones, relatos edulcorados, loas que dañan la inteligencia de la opinión pública y publicada.

Curiosamente, o no tan curiosamente, las asociaciones de prensa no se han pronunciado respecto a este escrito y, si lo han hecho, ha sido en la dirección de los abajofirmantes, animando a contribuir a lograr un clima de cordialidad en el Congreso entre políticos y periodistas. Pero ¿desde cuándo un político o un gabinete de prensa que trabaja para el mismo tiene la potestad de hacer distingos entre unos u otros periodistas señalándoles en plataformas sociales?, ¿dónde queda la dignidad del representante público si se niega a afrontar preguntas del todo impertinentes, precisamente porque son impertinentes?, ¿dónde la democracia cuando el pensamiento crítico es asfixiado por la rúbrica de los partidos del poder?

Ver para creer

Cada sociedad tiene su régimen de verdad, su política general, de la verdad: es decir, los tipos de discurso que acoge y hace funcionar como verdaderos o falsos, el modo cómo se sancionan unos y otros; las técnicas y los procedimientos que están valorizados para la obtención de la verdad; el estatuto de quiénes están a cargo de decir lo que funciona como verdadero… La verdad está ligada circularmente a sistemas de poder que la producen y la sostienen, y a efectos de poder que induce y la prorrogan. La verdad se constituye en un régimen de la verdad.

Michel Foucault

Por muy denostado que esté por aquellos que creo que desconocen en última instancia la esencia de su obra, Foucault acierta plenamente con estas palabras, ya lo hicieron antes muchos otros, pero no deja de ser un análisis muy preciso de la realidad (o del modo de construirla). 

Supongo que a estas alturas ya somos todos conscientes de que asistimos a un momento de cambio en los modos de entender y ver el presente, la manera de experimentar el mundo y relacionarnos con el entorno. Desde las más altas esferas mediáticas, empresariales, políticas, nos insuflan todo tipo de mensajes que hace apenas unas décadas eran simple y literalmente impensables, estaban fuera del discurso, no formaban parte de nuestra realidad ni de nuestro lenguaje. 

Sin ir más lejos, hace unas semanas se publicó una encuesta en la que se denunciaba que un gran porcentaje de los jóvenes no consideraba que hubiese sexismo y creían que las cuestiones de género no eran más que pura ideología. Esta noticia fue escandalosa y sobran motivos para que así sea, pero parece que nadie se ha dado cuenta de que esta pregunta simplemente hubiera sido inconcebible hace tres décadas. Antes, no se preguntaría sobre la situación de igualdad entre los hombres y las mujeres porque los roles estaban perfectamente establecidos y eran sencillamente incuestionables. 

Con esto quiero decir que la episteme, aquellas reglas que establecen los parámetros de lo real, están siendo modificadas a marchas forzadas. Nuestra época es una de esas épocas de cambio como la que podría haber vivido don Quijote de la Mancha enfrentándose a molinos que antaño eran gigantes. Y lo que es más interesante, creo que hemos de ser muy conscientes de que todo cambio responde a un poder muy concreto y a unos intereses muy precisos, y por mucho que la dirección que esté tomando este cambio del régimen de verdad pueda convencernos, no podemos dejar de hacernos como mínimo tres preguntas. El primer interrogante recaería sobre aquéllos que mueven los hilos y cuáles son sus intereses. En segundo lugar, me parece que deberíamos plantearnos si este nuevo esbozo de la realidad es el más conveniente o hay otras formas de pensar las cosas que iluminan mejor sus resortes. 

Y una última pregunta mucho más delicada y afilada sería, intentando arrojar luz sobre ciertas realidades que antaño estaban ocultas, qué encubrimos ahora en su lugar. ¿Qué se esconde debajo de una felicitación a las navidades cristianas o cuáles son las preguntas incesantes que parecen perturbar “el clima de cordialidad y decoro entre periodistas y políticos” en el Congreso?

Lo que a todas luces parece evidente, es que los que detentan el poder se han vuelto lentos y muy torpes. No están aprovechando las sutilezas de esta bestia infinita que se desliza por instituciones, por medios de comunicación y por aparatos del Estado de una manera alegre y silenciosa, sino que están recurriendo a la coerción, la más burda de todas las estrategias para poder establecer nuevas reglas del lenguaje.

Si me permiten, les contaré que el otro día charlando con un amigo sobre el futuro que nos espera con relación a todas estas temáticas, me dijo: “la verdad, espero no estar ahí para verlo”. Esas palabras me hicieron reflexionar y a la luz de la obra de Foucault se hicieron del todo sugerentes.

El poder en su más pura esencia e inteligencia habría conseguido producir regímenes de verdad de una manera positiva, aceptada por el propio individuo que, de un modo casi voluntario, imperceptible, se hubiera ofrecido a reproducir esos mismos códigos de conducta y de visión. No es Facebook el que nos pone una pistola en la cabeza para que cedamos nuestros datos y colaboremos en sus plataformas, somos nosotros los que acudimos cediendo todo tipo de información sin ningún reparo y agradeciendo el servicio que esta empresa nos ofrece. A esto me refiero con que el poder llevado a término de una manera eficaz y sobresaliente cuenta con la servidumbre voluntaria del esclavo.

No obstante, la carencia de líderes es tal, que no faltaron días para que tuvieran que retirar un documento que aún estaba en barbecho, del mismo modo que no han faltado semanas para que en vez de aceptar el envite de los periodistas disidentes, se haya tomado la opción de recurrir a la coerción para reprimir sus voces. 

Más allá del escándalo moral que pudiera acarrear tales comportamientos, me parece mucho más interesante comprobar cuán groseras son las prácticas de los que dicen tener el poder en este momento. Hasta tal punto llega mi cuestionamiento que le diría a mi amigo que, si estas gentes supiesen moverse en la política con un mínimo de elegancia y coordinación, efectivamente llegaría un momento en el que estaría allí y, sin embargo, no lo vería, porque se habría instalado de una manera tan sutil y silenciosa en su vida que lo que antaño era invisible ahora sería visible de una manera armónica y bendecida por él mismo. Sin embargo, mucho me temo que la realidad va a ser más profana y bochornosa y que mi buen amigo, como todos nosotros, estará allí y lo verá. 

Sin más, disfruten de la familia y, por supuesto, ¡feliz Navidad!

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2 comentarios en “Los cómodos <em>miedos</em> de comunicación felicitan las fiestas a la <em>presa</em> incómoda. El periodismo y el poder.”

  1. «Lo que a todas luces parece evidente, es que los que detentan el poder se han vuelto lentos y muy torpes.» O eso nos quieren hacer creer mientras que lo realmente importante lo van cambiando de manera totalmente sutil y sin que nos enteremos.
    ¡Feliz Navidad!

  2. Ciertamente, habremos de estar vigilantes y al acecho para ejercer la más sana y estimulante crítica. Muchas gracias por leerlo y comentar. Un abrazo y #Sapereaude!

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