La Nochebuena es mucho más que una fecha en el calendario. Es un recordatorio casi primitivo de que la vida no puede vivirse sin pausas. Desde los romanos, que se daban licencia para deshacer el orden en las Saturnales, hasta las Bacanales, donde los excesos no eran un error, sino una virtud ritual, siempre hemos necesitado momentos que nos saquen del engranaje. Porque la rutina, como el tiempo, no negocia: avanza, devora y deja poco margen para mirar a los lados.
Hoy, nuestras pausas son menos épicas. Ya no hay desfiles de esclavos convertidos en amos ni celebraciones frenéticas bajo el amparo de Baco. En su lugar, tenemos cenas donde la etiqueta es tan rígida como las jerarquías que los romanos invertían, listas de regalos calculadas al céntimo y felicitaciones digitales enviadas por compromiso. Hemos cambiado el caos ritual por un orden calculado, pero el deseo de detener el tiempo sigue intacto.
¿Qué es, entonces, la Nochebuena? ¿Un exceso con otro disfraz? Tal vez. Pero también es una excusa —y las excusas, bien usadas, son necesarias. Es la oportunidad de romper, aunque sea por unas horas, con esa trinchera en la que todos vivimos: la de las tareas, las obligaciones y el constante «mañana será mejor». Esta noche no tiene que ser perfecta. Solo tiene que ser.
La pausa de esta noche, aunque sencilla, nos habla de algo importante: la necesidad de escapar, aunque sea por un momento, de la velocidad de la vida. Puede ser un gesto pequeño, una conversación inesperada o simplemente el silencio que sigue a la sobremesa. No hace falta que dure mucho, ni que sea memorable. Basta con que nos detenga, con que nos saque del paso automático que a menudo marca nuestros días.
Y tal vez eso sea lo más valioso de esta fecha. Que, entre lo trivial y lo solemne, entre lo planeado y lo improvisado, nos concede un momento para estar juntos, aunque sea solo por el tiempo que tarda en enfriarse el último plato. La Nochebuena no busca grandes gestos; es en lo pequeño, en lo efímero, donde cumple su función.
Así que esta noche, tómense el lujo de detenerse, de mirar alrededor sin prisa, y dejar que el tiempo, por una vez, no sea algo que les arrastra, sino algo que les acompaña.
Les deseo una noche tranquila y una feliz Navidad.