Era domingo de Ramos, la ministra y vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, se presentó ante las multitudes en Madrid en el acto de presentación de su candidatura a las elecciones generales. Como en la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén, las palmas se agitaron con fuerza cuando miles de personas se reunían para escuchar las promesas de un proyecto que se presentaba feminista, verde y preocupado por los derechos laborales.
La ilusión se hizo presente en cada rincón de la plaza, en cada sonido de las palmas, en cada mirada llena de esperanza. Pero, como en aquellos días en Tierra Santa, la traición y los besos envenenados acechaban. Desde ciertos círculos se escuchaba el rumor de que tras las palmas que recibían a la líder redentora había palmeros en busca de su silla, anhelando su hueco, insistiendo en salir en la foto, acercándose a tocar el manto de la ungida buscando su bendición para las próximas elecciones.
En medio de la campaña electoral, la balacera de palmas y palmeros era ensordecedora. Una izquierda fragmentada, como siempre, un proyecto nuevo a lomos de un viejo burro que persiste en no dejar avanzar. El nacimiento de Sumar es el entierro de Podemos, que ya dormitaba sin esperanza alguna. Sus líderes se resisten a acudir pues entienden que lo que se está haciendo es mendigar las migajas del pan que la siempre sonriente Yolanda Díaz comparte entre los desalojados de Galapagar mientras que se reserva el vinagre para ellos. En el juego de las palmas y los palmeros, hay quienes ganan y quienes pierden, y no acudir al baile es una forma de estar presente en la trama.
Desde su atril, Pablo Iglesias proyecta un discurso tempestuoso y agresivo, conoce perfectamente las consecuencias de sus palabras. La audiencia, abrumada por tanta verborrea, se pregunta qué intenta conseguir con esa actitud desafiante. ¿Acaso no es consciente de que, si no alcanzan un acuerdo, Podemos caerá en el abismo de la irrelevancia política? Pero, al parecer, el líder morado ya ha levantado la vista hacia el horizonte y ha visualizado un nuevo escenario. Con más o menos perspicacia, ha hecho sus cálculos y ha concluido que las cifras no le salen, está preparando su estrategia de oposición ante lo que considera un inminente gobierno liderado por el Partido Popular.
En el gran escenario de la vida, cada uno de nosotros juega un papel fundamental en la trama que se desenvuelve ante nuestros ojos. Parece como si estuviéramos inmersos en una obra cósmica escrita en las Sagradas Escrituras, donde la fuerza divina prevalece sobre la voluntad humana. Los mortales, ignorantes de las enseñanzas de los profetas, observamos estupefactos cómo los acontecimientos se desenvuelven. Y aunque el futuro es un enigma que nos desafía y es sabio estar en alerta en vísperas del Domingo de Resurrección, ya que aquellos que parecían estar muertos podrían renacer con una fuerza renovada, no debemos dejarnos engañar por los juegos de artificio. Mientras el mundo se distrae con las contiendas de las “izquierdas”, Pedro Sánchez, como Pilatos de nuestros días, desde su palacio, observa cómo se van sucediendo los hechos, conoce bien el poder de su beneplácito y sabe que su decisión será crucial para su desenlace. Desde luego, el espectáculo está servido y sólo el tiempo revelará quién se lleva la palma.