Hace unas semanas mitad de España se escandalizaba al ver los turgentes pechos de Eva Amaral en el festival Sonorama Ribera. Pechos que desafían las restricciones del pudor, soberbios en su presencia. Pechos que cantan como canciones en el viento, melodías de carne y piel. Pechos que deambulan con un orgullo indomable, a veces melancólicos, antaño juveniles, acariciados por el sol. Pechos que inspiran conversaciones, susurros y rumores. Pechos que son la fuente misma de la nutrición y el arrullo materno. Pechos que encienden la chispa del escándalo con su sola existencia.
La osadía de las artistas que alzan sus pechos en protesta contra el machismo es un canto de coraje y empoderamiento, una rebelión de valentía ante el status quo. En este acto audaz sus cuerpos se convierten en lienzos de debate, en partituras de conversaciones incitantes que no sólo rompen el silencio impuesto por la cosificación, sino que también “rompen la barrera de sonido” impuesta por la cacofonía de los debates estériles de media tarde. Con cada pincelada de su protesta visual, tejen una trama de resistencia y transformación y, aunque el eco de sus acciones despierte armonías discordantes en la sociedad, su melodía persiste, resonando como un eco de cambio, una melodía que teje el tapiz de la igualdad de género y despierta la conciencia del mundo.
Hoy, sin embargo, parece que esa imagen se ha difuminado y presenciamos un escándalo en la otra mitad España. La que antes rechazaba con furor cualquier referencia a la dama de los senos expuestos haciendo política en el escenario, ahora considera un mero incidente el hecho de que el presidente de la Real Federación Española de Fútbol se exceda al forzar un beso en los labios a una de las jugadoras (campeonas, heroínas, guerreras) durante la eufórica celebración de la victoria mundial. Un incidente que él mismo parece no comprender en su totalidad.
¿Pero cómo iba a comprender? ¿Alguna vez a sentido terror o pánico? ¿Ha sentido en algún momento que el pulso se acelera, el cuerpo se tensa y el alma cae a los pies? Todos los ojos observan atentamente, pero ella sólo quiere que pare, que cese, que no ocurra, que no haya ocurrido. Quiere llorar. Hace frío. Ayuda, por favor. No se trata de un simple incidente. No son “gilipolleces” de “tontos del culo”. Es un acto vil, una expresión del machismo más rancio, una descarga de violencia. ¡No más!
En efecto, España, en ocasiones, parece dividirse en dos. No siempre, no en todas las circunstancias, pero sí a veces, y esa división entristece. Ante la insolencia flagrante de aquellos incapaces de comportarse con decencia, de los que no saben relacionarse sin caer en gestos vulgares, el momento exige no gritar, sino trascender, “romper la barrera de sonido”, hacer que el silencio reine porque las palabras sobran. No se “disculpe”, señor Rubiales, no queremos escucharlo, debe usted dimitir, o permitir que lo destituyan, porque aunque no lo entienda, hemos avanzado, hemos legislado, hemos forjado leyes, hemos hecho política, hemos dejado atrás los escenarios para ocupar el Parlamento, hemos transitado desde las musas hasta el teatro.
La Ley 39/2022, de 30 de diciembre, del Deporte, publicada en el BOE el 31 de diciembre de 2022 establece claramente que «los actos notorios y públicos que atenten a la dignidad o decoro deportivos» y «los abusos de autoridad» se consideran ofensas graves. España no puede permitirse la división en un asunto de tal importancia. España no puede titubear. España debe recordar siempre, en todo momento, a nuestra querida neoyorquina, comediante, divorciada y judía y gritar bien fuerte hasta “romper la barrera de sonido”: «¡Tetas arriba!».