Escribía Marx en El 18 de brumario de Luis Bonaparte: La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa. Esta doble condición de la historia que aparece reaparece en condiciones cada vez más paupérrimas y grotescas la vemos de nuevo, precisamente en la tierra a la que se dirigía este breve alegato: la Francia de la República, de la filosofía y la intelectualidad. La Francia de las luces y la pomposidad más preciada y rimbombante repite su historia como farsa. Ahora todos escudriñamos meticulosos este país del vino y las rosas con una enojada fascinación, la fascinación propia del que sabe pero no reconoce que esto ya lo ha vivido, del que nuevamente ha de fingir sobresalto ante lo ocurrido, ha de fingir atropello y descomposición ante lo que no puede calificar sino como calamidad pues pesa sobre su conciencia y pundonor la mirada del público implacable.
Lo mismo de siempre
Otra vez las elecciones francesas han arrojado ante nosotros un escenario muy significativo que ha propiciado que los analistas vuelvan a hacer sus llamamientos frente a la barbarie que se acerca a trompicones y aflora por los poros de una siempre afanada Europa. Unas semanas después de que en Hungría el líder derechista Víktor Orbán revalidara en su cargo, unos días después de que Castilla y León comenzara una nueva legislatura en la que VOX pasa a formar parte del Gobierno, tenemos a Marine Le Pen a las puertas del Elíseo. Este sucederse de acontecimientos maquinalmente idénticos sólo puede ser respondido con una compungida cara desencajada y un gesto de alarma más o menos creíble.
Sin embargo, si hacemos un somero repaso a los datos y a las gráficas advertiremos que los resultados que arrojan la primera vuelta de las elecciones francesas no son sorprendentes. Una vez más Mélenchon arrasa entre los jóvenes, Zemmour y Le Pen se reparten a los electores de mediana edad y Macron es el favorito entre los mayores. Otra vez el voto urbanita es para Macron y Mélenchon y Le Pen se hace con el voto rural. Macron no retrocede, sino que gana apoyos, lo mismo hace Le Pen y Mélenchon. Los grandes perjudicados, como era de prever, son la derecha e izquierda tradicional y clásica. La única novedad la aparición de Zemmour que ha permitido a Le Pen centrar su discurso, hacerlo aparentemente menos beligerante y ampliar así su base de votantes, sabiendo que en una segunda vuelta aquellos que apostaron por Zemmour lo harían por su candidatura. La historia de 2017, señores, la misma maldita historia con los mismos actores y la misma bruma de impostado amargor. El comportamiento electoral se ha mantenido, con sus más y sus menos, punto por punto porque nada ha cambiado en el horizonte.
Los chalecos amarillos, una guerra, una pandemia no han cambiado el cariz de las elecciones francesas. Ciertamente ahora Le Pen tiene más posibilidades de ganar que hace cuatro años, sin embargo, no dejan de ser escuetos matices dentro de una continuidad sociológica. No vengo hoy a decirles nada nuevo, porque no hay nada nuevo que decir ante lo que se presenta cómo lo mismo.
Con un pie en el porvenir
El triunfo de Le Pen y la aparición de Zemmour sólo pueden ser entendidos desde el punto de vista de la excepción histórica en la que vivimos desde hace ya tiempo, algunos citan 2008 como el momento en el que se jodió el Perú, otros vuelven la vista al mayo francés y la gran mayoría se encoje de hombros y admite no saber, en cualquier caso, esta insistente excepcionalidad pronto dará paso a lo venidero con permiso o sin él.
El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos. Estas palabras fueron escritas por una mente pensante tras las rejas de una prisión italiana bajo la represión fascista y, unidas a las de Marx, no dejan de ser de rabiosa actualidad. No me atrevería a decir que Le Pen, Zemmour u Orbán son monstruos, según lo que entendamos por tal calificativo, lo que sí que me atrevería a decir es que son el efecto, el síntoma del cambio del orden mundial al que estamos asistiendo. Es una respuesta más o menos comprensible a un tiempo nuevo del que poco o nada sabemos, pero del que parece que la gran mayoría no saldrá bien parada. Hay quien lo entiende como un repliegue identitario ante una época post materialista, ante la corriente globalizadora que todo lo engulle sin preguntar. ‘Uberización’ de las relaciones, mercantilización de los cuerpos despojados de su concreción y ubicación, empobrecimiento teledirigido y a un tiempo censurado. Bien, podría ser cierto. La reivindicación de los valores nacionales, familiares y conservadores con cuño católico surgen de un desgarrador y frío temor del que ve que lo sólido ya hace mucho que se desvaneció en el aire y que su cada vez más fútil existencia se va con él.
Este hecho, a mi entender, fundamental, si no se analiza y se asume, seguirá repitiéndose como farsa una y otra vez hasta que finalmente se haga historia. Le Pen, VOX, Orbán empiezan a comprender dónde están las penurias que pueden consolar con sus discursos y los han ido a buscar a la clase obrera aquejada de un anhelo de materialidad, despojada de futuro y poco a poco de presente, gentes desarraigadas sin suelo donde reposar. Vox cambia el verde por el rojo, Le Pen su radicalismo más vasto por uno refinado y meticuloso, Orbán no duda en enfrentarse a la burocracia bruselense en pro de los intereses nacionales.
Ahí los tenemos, abrigando a cada uno con palabras, espoleándolo con discursos, preguntándole por sus desdichas, repitiendo machaconamente mensajes que nos llaman a cada uno por nuestro nombre, los verán ustedes en Aviñón, en Normandía, en París o Ávila, los oirán en Hungría, Polonia y Eslovenia cargados de motivos, pero desde la inconfundible y, si me permiten, la más despreciable exclusión de los que no tienen el privilegio de ser consolados. La singularidad más individual del sentimiento se olvida del universal más fraternal de la razón.
Nôtre Dame agoniza entre vino y rosas
Si volvemos a las elecciones francesas, veremos que el discurso del Frente Nacional, con tintes sin duda populistas, dice aquello que el votante quiere oír. Identifica el enemigo de sus penurias y miserias, unas élites que no han sabido acoger sus demandas y una inmigración que viene a desfigurar la solidez de una Francia de valores sólidos y luces incandescentes. Advierte el sentimiento de decadencia que ya fue diagnosticado por Spencer de un Occidente más o menos imaginado e imaginario y responde, da respuesta. Respuesta fácil, sin duda, respuesta rápida, respuesta schmittiana, respuesta criminal, respuesta injusta. Pero respuesta.
Por su parte, Macron decidió hacer mutis por el foro. Literalmente desapareció de la campaña. Lo cual no quiere decir que no hiciese campaña. Su estrategia fue otra muy diferente. Quería dar una imagen presidencial y decidió que lo más oportuno era centrarse en la guerra en Ucrania y en su papel de presidente de la Unión Europea para proyectar así un perfil internacional, creíble y con altura de miras. Podría decirse que abandonó su rol de candidato, si no fuera porque vestirse de presidente era el disfraz con el que lanzó su candidatura. En cualquier caso, prácticamente no dio mítines, no organizó encuentros o actos, y se negó a participar en cualquier debate.
Le Pen dio las respuestas que todo el mundo quería oír, Macron guardó silencio. La pregunta fundamental es dónde están las respuestas que nadie quiere escuchar y que son precisamente las que se deben de dar. Ante los problemas reales que afectan a cada uno de los franceses, españoles, húngaros, o ciudadanos de cualquier parte de este cada vez más angosto planeta, dónde están las respuestas más certeras y difíciles de asumir, las respuestas más impopulares por sinceras que dan cuenta de un efectivo interregno del que nos hablaba Gramsci. Ni respuestas sencillas ni silencios, una mirada inteligente que se dirija a cada votante y elector y le tenga el mínimo respeto como para detallarle el desastroso estado de cosas y sus propuestas para hacer menos penosa la que se nos viene.
La farsa es divertida y nos puede tener entretenidos días, elecciones, legislaturas, pero en este mundo espectacular sobre el que Debord clavó su bisturí hace ya más de cien años ha de terminar tarde o temprano. Le Pen, VOX, Orbán o Zemmour no son la enfermedad, sino el síntoma, ir a las causas del mismo es obligación para todo aquel que quiera entender qué está ocurriendo. Ya no falta tanto para que las caras compungidas de los que se dicen demócratas, pero prefieren apostarlo todo al cálculo electoralista, el marketing político y la táctica cortoplacista se muestre tan impostada que provoque más risa burlesca que empatía sincera.
Ya no queda tanto para que la farsa vuelva a ser tragedia y lo que verdaderamente debería asustarnos es no contar con las herramientas hermenéuticas precisas, ni con el dramaturgo apropiado para hacer frente a esa realidad que avanza con paso firme y no se detiene. Por de pronto aún podemos deleitarnos con los últimos estertores de un pasado ‘farsado’ que se repite en una abismal espiral soporífera. Mayo está a la vuelta de la esquina y bajo los adoquines no encontrarán arena de la playa, en su lugar aguardan las cenizas de una agónica Nôtre Dame:
Numerosas universidades de Francia han sido ocupadas por estudiantes en el último día, entre ellas la Sorbona de París, donde este jueves se multiplicaron los enfrentamientos entre la policía y los jóvenes, que protestan contra las políticas de Marine Le Pen y Emmanuel Macron, candidatos a la presidencia.
EFE (2022, 15 abril). Estudiantes ocupan la Sorbona de París y rechazan elegir entre Le Pen o Macron. elperiodico. Recuperado 16 de abril de 2022, de https://amp.elperiodico.com/es/internacional/20220415/estudiantes-ocupan-sorbona-macron-le-pen-elecciones-francia-presidenciales-13520191.
1 comentario en “Se apagan las luces de la razón y comienza la farsa. La primera vuelta de las elecciones francesas.”
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