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S’ha acabat, se ha acabado. Pensar en tiempos oscuros.

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El taciturno camino hacia el hartazgo

¿Cuándo una persona renuncia a seguir coleccionando estocadas y embestidas, se alza sobre sus miserias y da un paso hacia delante?, ¿cuál es el instante preciso en el que se percata de que la situación se ha tornado tan sumamente desagradable, tan insostenible y absurda que se niega a perpetuarla y consentirla y clama «basta ya, se ha acabado»? No poseo ese ansiado reloj que mide el tiempo de las injusticias y anuncia el momento de la dignidad, me gustaría tener acceso al termómetro de traiciones e iniquidades para calibrar la situación política, la convulsión social. No es el caso.

Decir «basta» requiere coraje

Hace tres años un grupo de jóvenes catalanes consideraron que no había más tiempo (dignidad, recursos, dinero) que perder y que era el momento de agruparse en defensa de la Constitución española y los valores que la inspiran. Esta asociación (S’ha Acabat! – Joves per la defensa de la Constitució) ejerce sus labores principales en el ámbito universitario, pero su trabajo no queda limitado al recinto de los campus, los excede y sobrepasa con creces, consideran que ha de proclamarse a los cuatro vientos que en Cataluña y, particularmente en las aulas, no se están respetando los derechos y libertades. Creyeron que después de lo ocurrido en 2017 y los funestos derroteros a los que había conducido el Procés, no era momento del mutismo pues, de ser así, algo valioso se estaría perdiendo.

Que en las universidades catalanas el ambiente ha llegado a estar tan cargado de politización no es novedad. Difícilmente uno puede mostrarse abiertamente ante sus compañeros y profesores si no profesa la ideología independentista, si no aplaude efusivamente cada movimiento de sus líderes o, cuanto menos, si no permanece callado en caso de no comulgar con la idea de un referéndum de autodeterminación. Al parecer, no eran pocos los alumnos que estaban en tal situación y eso ha podido comprobarse en la cantidad de apoyos que han ido sumando, teniendo en cuenta lo sensible que es esta cuestión, pero, sobre todo, en la cantidad de enemigos que se han cosechado. 

Me atrevo a hablar de enemigos y creo que el ejemplo del pasado 6 de octubre les ayudará a comprender el por qué de mi vehemente juicio. En la mañana de aquel día un grupo de jóvenes de S’ha Acabat estaba ejerciendo su labor informativa en una de las carpas que habían instalado en el campus para la ocasión. Es inicio de curso y el día cuatro de ese mismo mes celebraban el aniversario de su reciente creación. Todo transcurrió con absoluta normalidad en un campus barcelonés, esto es, no tardaron en comparecer los independentistas más furibundos con talante nada conciliador dispuestos a encararse con los organizadores de aquella iniciativa.

La violencia fue elevada mas no inusitada. La carpa acabó por los aires, los improperios y encontronazos se sucedieron en cuestión de minutos. Compartiré con ustedes algunas imágenes que quizá les pongan en situación, pero lo más escandaloso es la falta de novedad en estos ataques relámpago y la complacencia del rector y la mayoría del profesorado de lo que debiera ser una Universidad.  

 

 

Como decía, no cuento con un calibrador de indignidades, pero no me sorprendería que a cualquier persona con un mínimo de sentido común le estallen las alarmas ante estos hechos. Aún así, no son pocos los que hablan de juventud violenta y desnortada, de una generación manipulada por los relatos de TV3 con la que habría que ser algo más comprensivo. Niego la mayor, no hace falta ser un joven díscolo y rebelde para caer en la insensatez más bárbara. Hay otro suceso que acaeció en el mismo escenario, en las mismas aulas universitarias, sólo que en este caso no fue entre estudiantes y afectó a un profesor de la Universidad. 

El enclaustramiento de la razón

Advierto de entrada, que tampoco es un hecho aislado, pero sí representativo de una realidad que por distópica merece ser relatada y argüida. Me refiero a los hechos denunciados por Ricardo García Manrique, catedrático de filosofía del derecho de la Universidad de Barcelona, donde en pleno claustro de profesores fue gravemente increpado y fue tildado de «fascista» y «colono» por uno de sus “compañeros”. El mismo Manrique afirma que no había mediado ninguna intervención previa por su parte, es decir, que los insultos fueron de alguna manera gratuitos. 

Desde luego, la desvergonzada vulgaridad de su interlocutor no carecía de “justificación”, sin embargo, los motivos que ofreció son más que inconsistentes y quebradizos. Su actuación fue consecuencia de la oposición por parte del profesor Manrique a que se debatiera un manifiesto en el que los profesores del claustro se alineaban en defensa de los líderes del Procés. Atendiendo a la razón, una razón desalojada de las aulas catalanas, el catedrático invocó el deber de neutralidad ideológica de las universidades y, una vez se aprobó el manifiesto, pues éste no dejó de aprobarse, lo impugnó junto a otros profesores. Finalmente, el manifiesto fue anulado. 

En su pronunciamiento público (su particular s’ha acabat), Manrique califica el independentismo en Cataluña como una religión y aquel que se atreve a elevar la voz para expresar una opinión diferente como un hereje. No es posible discrepar, no hay espacio para la más mínima desviación de la senda procesista. Como él mismo indica, en el mundo independentista las instituciones públicas no están al servicio del ciudadano, ni del interés general, subyugadas, sirven a la independencia. Así es como debe funcionar para los que manejan los hilos de esta farsa comunitaria, una maquinaria separatista en la que cada engranaje está perfectamente diseñado para emitir un único mensaje, una única manera de entender las cosas y, si se me permite, una manera de entender las cosas absolutamente supremacista y discriminadora. En este aspecto sí que quiero posicionarme:

Se ha acabado de andar con medias tintas cuando de la justicia, libertad e igualdad se trata. Arrebatarle los derechos y libertades a los demás no es admisible. Decidir quién puede o no puede votar es del todo censurable. Sería inimaginable que hoy día por una mera cuestión biográfica o biológica (por ejemplo, haber nacido en otro lugar o ser hombre o mujer) uno fuese desprovisto de sus derechos fundamentales, erradicado de su ciudadanía. Eso está sucediendo, eso es lo que pretenden que aceptemos. Como diría el gran referente de la izquierda ilustrada Félix Ovejero, la separación unilateral de parte del territorio implica directamente considerar extranjeros a quienes son tus conciudadanos. Aquí sí que hay que posicionarse. 

El catedrático Manrique dice que su sorpresa no viene de los insultos recibidos, confiesa que su desconcierto proviene de tres hechos fundamentales que se dieron aquel día. En primer término, se refiere tristemente al lugar en el que se profirieron tales improperios. En el claustro de profesores por parte de uno de sus colegas que, además, no rectificó y se mantuvo en sus trece. Efectivamente, ante un “hereje” no hay cabida para la rectificación, éste ha de desdecirse de sus creencias. 

La segunda sorpresa fue la actitud del rector que presidía el claustro. Éste en una muestra de absoluto compadreo con la causa, se limitó a amparar al difamador en la libertad de expresión (una libertad que, por otra parte, otros niegan a los jóvenes de S’ha acabat). Se atrevió a decir que el único límite a tal libertad es el respeto a las reglas de cortesía académica y que, en su nada parcial opinión, no habían sido vulneradas en aquel encuentro. 

La tercera confusión que azotó a Manrique quizá sea la más temible y sombría, quizás la más doliente por peligrosa y triste. Dice así: 

[me sorprendió] que ninguno de los ciento ochenta asistentes pidiera la palabra, siquiera fuese para reclamar que se guarden las formas. Más que las propias invectivas energuménicas, esto fue lo que me dolió. Por eso, me alegré cuando otro colega que no había podido seguir todas las intervenciones me telefoneó al cabo de un rato para interesarse por lo que había pasado y mostrarme su disconformidad con semejantes maneras. Siempre hay uno, por suerte[1]

Pensar en tiempos oscuros

Es triste que esto suceda, es triste que a muchos ya no sorprenda. Aún así, negarlo es absurdo: sucede. Y no sólo ocurre, sino que tiene lugar en la Universidad, el emplazamiento donde se asienta la palabra, donde reside la reflexiva razón que preserva el mundo. Es horrible asistir atónitos al espectáculo morboso en el que el espacio de las esencias es transfigurado bajo la mancha horrenda del nacionalismo. Universidad viene del latín ‘universitas, universitatis’. Universidad, “totalidad compañía de gente, comunidad”. Aquí no hay colectividad, hay una parte que quiere hablar por el todo y no dudará en mostrar su faz más voraz y violenta. Tenemos una minoría que emboca lo universal subyugando al diferente y arrollándolo. 

Sin embargo, comparto el agridulce optimismo del catedrático, “siempre hay uno, por suerte”. Y le agradezco profundamente que, esta vez, haya sido él ese uno. 

Sé que resulta cuasi cómico que desde la comodidad que me proporciona el anonimato me atreva a hacer la siguiente petición, pero creo que es necesario. Hannah Arendt habló de los peligros que se siguen de aquella persona corriente que ante el totalitarismo opta por renunciar a aquello que nos hace irremediablemente humanos: el pensamiento. La capacidad de pensar, de hacerlo en voz alta, de seguir debatiéndonos con nuestros fantasmas internos y aquéllos que asolan el mundo. Un pensamiento apasionado es el que pido hoy aquí. Por favor, miembros todos de la universitas, desde la hipócrita seguridad del anonimato les ruego que no renuncien a proclamar s’ha acabatse ha acabado

Doctor Mancho: si su intención era incomodarme, reconozco que lo ha conseguido. Ni antes, ni en los veintitrés años que llevo en Cataluña, nadie me había tratado de ofender como lo ha hecho usted. Pero, si su intención era hacerme callar, sepa que ni usted ni otros cien como usted lo van a conseguir, porque no me queda más remedio que seguir ejerciendo mis funciones académicas y cumpliendo con mi deber de ciudadano, y tanto las unas como el otro me obligan a decir lo que pienso y a obrar en consecuencia.

Usted y los que son como usted están dañando día tras día nuestro mundo académico y nuestra tierra, sembrando la discordia y el miedo a que se nos llame fascistas o colonos. Aun así, entérese bien, sigo apreciando en mucho a la que es mi universidad y, sobre todo, amo esta tierra, y porque la amo, porque trabajo en ella, porque aquí están mi familia y mis amigos, es tan mía como suya.

Y, en fin, como me ha insultado, le lanzo el guante: la próxima vez que se digne dirigir a mí, le reto a que lo haga con razones y no con más insultos. A ver si se atreve. A ver si nos atrevemos todos a dejar de callar.


[1] http://universitarisperlaconvivencia.org/fascista-y-colono-nuestro-companero-ricardo-garcia-manrique-gravemente-insultado-en-el-claustro-de-la-universidad-de-barcelona/

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