Sobran palabras, señor Otegi

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Parece que fue el revolucionario Emiliano Zapata quien por primera vez enunció aquella frase que, como suele ocurrir con las proclamas hermosas, en el transcurso del tiempo ha sido atribuida a unos y a otros. Reza así: «más vale morir de pie que vivir de rodillas». Son muchas las causas que se han enarbolado bajo esta máxima que recoge los principios de todo aquel que anhela un mínimo de justicia y que considera que su lucha es la lucha de un colectivo que lo trasciende, más aún, que los valores que representa nos representan a todos. Un gesto arrogante y peligroso, tal vez, pero inspirador de las más admirables gestas y conquistas. 

Sin embargo, los acontecimientos que están sucediendo estos días me obligan al reformular la sentencia en estos términos: «para vivir de pie, hay quien ha de ponerse primero de rodillas». 

Cuando es preferible el silencio

Se han desperdiciado muchas palabras, muchos análisis e interpretaciones sobre lo que Armando Otegi, actual coordinador general de Euskal Herria Bildu, que formó parte de la banda terrorista ETA y fue condenado a seis años de prisión por secuestro en 1991, anunció el pasado lunes en rueda de prensa dirigiéndose a las víctimas:

Queremos trasladarles nuestro pesar y dolor por su sufrimiento. Sentimos su dolor y desde este sentimiento sincero afirmamos que nunca se tendría que haber producido. A nadie puede satisfacer que todo aquello sucediera, ni que se hubiera prolongado tanto en el tiempo. 

Algunos analistas veían aquí un hito histórico, otros calificaban de ambiguas y paniaguadas estas palabras por parte de quienes llevan andándose con medias tintas en lo que a la condena del terrorismo etarra se refiere, y no eran pocos los que veían aquí un movimiento estratégico y bastante burdo ahora que Pedro Sánchez busca apoyos para aprobar unos nuevos presupuestos.

¿Son sinceras sus palabras? ¿Es auténtico su pesar? Me encantaría poder alegrarme y decir que por fin hemos derrotado a ETA, pero escucho las declaraciones de las asociaciones de víctimas y de muchas de las personas que aún ven desde sus casas los homenajes a los etarras recién salidos de las prisiones y no me nace. 

Sé que han sido muchos los esfuerzos de la sociedad civil, como de la policía y el Estado de Derecho para que ese júbilo pueda ser sentido por todos diez años después de que la banda anunciase el cese de su actividad. No creo que esos esfuerzos hayan caído en saco roto. Pero estas palabras no producen ninguna alegría y no borran el rastro de las lágrimas que aún a día de hoy recorren las mejillas de los que siguen viendo la huella del terrorismo y del nacionalismo más abyecto en las calles del País Vasco. 

Evidentemente, no se le puede pedir a una víctima que cargue sobre sus hombros con la responsabilidad de perdonar a quien le arrebatado a sus seres queridos, a quien a convertido su existencia en una cuenta atrás, a quien ha hecho que tenga que mirar día tras día debajo del coche y convivir con amenazas de muerte, pintadas en sus casas y señalamientos a su familia. ¿Qué pedirle a quiénes han tenido que abandonar su tierra natal por temer por su vida? ¡Es tan irrisorio pensar en pedir algo a estas personas que las palabras que pronunció Gabriel Rufián sobre las declaraciones de Otegi, si bien dirigidas a la clase política, se me atragantan! Según el portavoz de ERC, toda persona «buena» y «decente» debiera «alegrarse» al escuchar a Otegi. Sobran palabras (tal vez falte vergüenza). 

No obstante, a este festival del absurdo donde las palabras se reproducen y multiplican sin importar su valor, palabras con las que se mercadean sentimientos, con las que se imprimen emociones, Otegi volvió a contribuir de una manera más clara si cabe:

Tenemos 200 presos. Y tienen que salir de la cárcel. Y si para eso hay que votar los Presupuestos, los votaremos sin ningún problema. Así de alto y claro os lo decimos. 

Palabras fueron las anteriores, palabras son éstas. Muchos se resisten a ver violencia en este tipo de declaraciones, y sin embargo se escandalizan por miradas que pudieran ser mal interpretadas o gestos que antaño pudieran resultar corteses. Estas palabras se clavan como un puñal y hielan la sangre. 853 fueron las personas asesinadas por la banda terrorista ETA, no importaba que hubiese mujeres y niños entre los asesinados, 379 casos quedan sin resolver y ninguna es la colaboración que existe por parte de muchos presos para esclarecer lo acontecido, 103 actos de homenaje a  miembros de la banda en lo que va de este año. Hoy mismo, 21 de octubre de 2021, Bildu se niega a aprobar una condena firme de la banda terrorista ETA en el Parlamento vasco que no sale delante porque requiere la unanimidad de la cámara. Sobran palabras.

Ponerse de rodillas 

Basta de palabras. Hurguemos en el tiempo y busquemos motivos para seguir viviendo. Vayámonos a Varsovia. Un 7 de noviembre de 1970. No hicieron falta palabras para que en 30 segundos se sacudiera de manera estrepitosa el alma de aquellos que sufrieron las penurias de la Segunda Guerra mundial. Billy Brandt, primer jefe de Gobierno de la República Federal Alemana, se encuentra ante el monumento a las víctimas del gueto de Varsovia. Y aquel hombre corpulento, ataviado con un abrigo negro y rodeado de fotógrafos, se echó al suelo y se arrodilló. No hizo falta más.

Lejos de lo que se pueda pensar en una actualidad donde la política está obsesionada por la imagen y la mercadotecnia, éste no fue un acto premeditado. No lo sabían sus colaboradores, ni siquiera él mismo lo tenía pensado cuando arribó al lugar. No hay una sola palabra que pueda resarcir las heridas de quien ha tenido que malvivir con los ojos de la muerte.

Hace 10 años que la banda terrorista ETA anunció que dejaba las armas y eso es importante, pero los árboles seguirán siendo agitados y habrá quien recoja sus nueces. Nueces cuya amargor empaña esta joven y dolida democracia.

Desde el fondo del abismo de la historia alemana y bajo el peso de millones de muertos, hice lo que los seres humanos hacen cuando las palabras fallan.

Willy Brandt
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