Vencedores y vencidos. Tras el humo y el maquillaje de la Reforma Laboral.

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Vencedores…

El escrutinio al que se ha sometido la votación parlamentaria para convalidar el real decreto ley de reforma del mercado laboral que de facto lleva en vigor desde el 28 de diciembre[1] el pasado jueves 3 de febrero en el Congreso no tiene precedentes. Gracias a las nuevas tecnologías y la infodemia a la que nos vemos sometidos en estos tiempos que algunos se atreven a denominar posmodernos hemos podido escudriñar fotograma a fotograma lo sucedido aquel día en aquel lugar. Los técnicos e ingenieros informáticos podrán en cuestión de segundos conocer la hora precisa, la ubicación exacta y el sentido del voto que emitió el diputado Alberto Casero aquella tarde memorable. Él dice haber cometido un error humano al votar a favor de dicho Decreto, tuvo que hacerlo recurriendo al voto telemático ya que una gastroenteritis lo mantuvo lejos del hemiciclo aquella jornada (al menos al comienzo, porque posteriormente se presentó en el Congreso con mejor disposición para reclamar una rectificación por parte de la Mesa).

Muchos califican de esperpéntica esta actuación de los populares que, además del numerito del diputado Casero, habrían maniobrado con dos díscolos de Unión del Pueblo Navarro para que cambiaran el sentido de su voto a espaldas de su propio partido y el resto de españoles.  En muy poca estima deben tener estos comentaristas de lo político al gran maestro Valle Inclán para comparar el sainete chabacano al que estamos asistiendo estos días con el realismo mágico de aquél. No obstante, esta jugada de funambulismo parlamentario de poco o nada habría servido, además de su expulsión y del daño a la credibilidad institucional, por supuesto, dada la equivocación de este diputado cacereño que habría errado al remitir su voto, si aceptamos la hipótesis que ahora mismo tiene más respaldo, pues la convalidación de la reforma salió adelante.

Detenerse en analizar lo sucedido creo que carece de interés dada la cantidad de información que tenemos al respecto y el número de horas que las cadenas de televisión más importantes están dedicando a este, si me permiten, bochornoso espectáculo que se dio en la casa de la soberanía popular. Me parece mucho más perentorio y tal vez interesante hablar de dónde me parece que ha de dirigirse el foco que muchos parecen muy dispuestos a obviar. Por supuesto, hablo de la propia reforma laboral y de lo que ella significa para el mundo del trabajo.

… y vencidos.

Yolanda Díaz subió al estrado después de meses y meses de negociación con unos y otros. No ha sido sencillo poner de acuerdo a la patronal con los sindicatos mayoritarios, se la ha visto debatir hasta el último momento con todos los partidos políticos que le afeaban el haber llevado una propuesta de la que no se podía “mover ni una coma ” en palabras del presidente de la CEOE. El jueves se la vio iniciar su parlamento después de unas semanas frenéticas de declaraciones a diestro y siniestro, viajes, reuniones y despachos. Se la veía agotada, pero satisfecha del trabajo realizado. Subió al estrado hablando de reforma de carácter histórico y aludiendo a su falta de temor ante lo que aquello significaba. Llegó a citar al historiador marxista Erich Hobwsbawn que hablaba de cambio de paradigma. También dijo ante el resto de diputados:

Sólo he escuchado humo y maquillaje. Me entristece que una norma, la más importante de la legislatura, se sustancia en debates superficiales que no ayudan a superar el descrédito de la política. Me entristece que el debate se base en las luchas partidistas.

Le tomamos la palabra.

Una cosa hemos de reconocerle a la señora Díaz: es audaz, es aguerrida y le encanta embadurnarse con palabras grandilocuentes de ese suntuoso maquillaje del que ella misma habla. “Diálogo social”, “consenso de todas las partes”, “bandera del acuerdo y el diálogo”… es humareda, no es contenido. Que esta reforma laboral era el proyecto personal de la ministra, condición sine qua non para sumarse al Ejecutivo tras la petición de Pablo Iglesias hace ya más de dos años es de sobra conocido y perfectamente legítimo. Su pasado en el mundo laboralista y sindical hacen de ella una persona preocupada y ocupada en los derechos de los trabajadores aderezado con un talante dialogante que ha sabido destacar una y otra vez en las diversas tertulias.

No obstante, la crisálida que envuelve esta reforma no concita la pureza que ella misma quisiera, no es tan límpida como los trabajadores agonizantes soñaban, no es tan cristalina como prometió. Lo sabía y siguió insistiendo, lo sabía y siguió sonriendo. La coyuntura histórica hizo que su proyecto no pudiera seguir la trama que ella misma había marcado desde el comienzo, aquella derogación de la reforma laboral que coreaba en tertulias y congresos comenzó a menguar y no lo reconoció. Aquella derogación integral pasó a ser técnica hasta que finalmente dejó de ser derogación y pasó a ser alabada por José María Aznar, Ana María Botín o Juan Ramón Rayo. Yolanda Díaz lo sabía y siguió insistiendo en lo histórico del momento, en no frustrar la tonalidad mítica, casi legendaria de una reforma que rescataría de la penuria a los siempre perdedores en las crisis. La señora ministra y los medios de su cuerda recriminan a los partidos que se dicen de izquierdas y no apoyan la reforma por considerarla minúscula y accesorias que toda mejora debe ser bienvenida. Es cierto. En el inframundo de la política el pragmatismo es un valor irrenunciable.  Pero también es cierto que la calidad de la política depende de la honradez y la coherencia de quienes dicen encarnarla. Y usted lo sabía.

Esto es un avance, si es que esto quiere decir algo, pero no una victoria. Esto es un progreso, pero no hay laurel ni corona. Esto no nos lleva a un mundo laboral justo, devuelve parte de los derechos que habían sido arrebatados. Insisto, parte. Y usted lo sabía. Y siguió insistiendo en la historicidad de su día, en la victoria de su reforma, en la coherencia de su relato. No quería egos pero las dos primeras letras de su nombre lo dicen todo. 20 días de indemnización por año trabajado en caso de despido objetivo, 33 días de indemnización por año trabajado  con un máximo de 24 mensualidades si el despido no es procedente (pues los despidos improcedentes no son ilegales y nulos de pleno derecho), no se recuperan los salarios de tramitación, etc. Hay mejoras, imposible negarlo. Hay pragmatismo, ciego es quien no lo vea. Pero en las fábricas no escuchará aplausos y un frenético «Sí se puede» como sí se escuchó en el Congreso, las kellys no paliarán sus dolores con el texto del Real Decreto que deja a un lado las subcontratas que a ellas les afectan, las minas seguirán cerrando y las entidades bancarias despidiendo a mansalva pese a inflarse a beneficios. La CEOE lo tiene claro al afirmar que esta reforma “consolida el mercado laboral actual”. Quizá no hayan leído a Hobwsbawn y no hayan percibido el cambio de paradigma.

Seamos honestos, el marco que regula las relaciones laborales sigue intacto y usted lo sabía. La presión que llega desde Bruselas para que la reforma siga la dirección apropiada a los ojos de Alemania en un acuerdo que incluya la patronal y a los principales sindicatos no deja demasiado margen de maniobra. Un Gobierno de coalición con el Partido Socialista que, no olvidemos, fue el primero en introducir el abaratamiento del despido en el mercado de trabajo con la crisis financiera de 2008, un camino que después prosiguió Mariano Rajoy de una manera desvergonzada, hace que esta reforma haya de amoldarse a intereses contrapuestos para que salga adelante. La patronal iba a tener que poner freno a muchas propuestas. Pero, si es así, y todo apunta a que es así, no es una reforma histórica, no es la salvación del mundo obrero, no es el final del hollín de la fábrica ni de las horas extra sin cobrar. No le dará miedo hablar de día histórico, lo comprendo, lo que le debería es dar cierto rubor teniendo en cuenta que tal día lo fue más por el espectáculo dantesco que se vivió en el Parlamento que por la mejora en la calidad de vida de los trabajadores de este país. Jugar con las expectativas, poner punto y final a un debate sobre derechos en el trabajo aludiendo a un “hasta aquí se puede llegar” es tramposo y peligroso. Desmovilizador y frustrante.

Hace años leí en un viejo escudo una máxima que me conmovió y estremeció a un tiempo, ésta decía así: “de esta batalla he salido vencido y vencedor”. Y de eso va la cosa, tan vencidos como vencedores, tanta victoria como derrota. Usted lo sabía y, no se esconda tras el humo y el maquillaje que destilan sus perfumadas palabras, usted lo sabe.


[1] Un día de los Santos inocentes que ha tenido su eco hasta hoy.

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