Vox, ese partido que muchos temen y otros tantos denuestan, ese partido que da que hablar y se deleita con estar en boca de todos. El partido que se contonea al son de las polémicas, de las brochas gruesas, del temor al futuro incierto. El partido que se dice sin complejos, sin herencias ni mochilas, el partido de los valientes, luchadores y valerosos. El partido que, lejos de ser un desempalmado es el partido en cuyo seno viven dos almas, bueno, quizá ha llegado el momento de hablar en pretérito y reformular la sentencia: “el partido en cuyo seno vivían dos almas” pues, al parecer, en tan solo dos semanas el curso de los acontecimientos ha obligado a una de ellas a tocar a arrebato y, sinceramente, ya era hora de ver qué es Vox.
Caretas fuera
Tiempo llevan los dirigentes de esta nueva formación haciendo un llamamiento a los verdaderos españoles que defienden su patria y se enorgullecen de su patrimonio y su pasado. Tiempo llevan vociferando un vetusto nativismo en la estela de un esencialismo nacionalista que pronto dejó mostrar lo mucho que tiene idealista y lo poco de material. Un patriotismo que esconde una limitación de la esfera de solidaridad para los que quedan más allá de sus fronteras.
Esta formación que, no olvidemos, es una escisión del Partido Popular, nació, o más bien creció, bajo la sombra de otro nacionalismo no menos esencialista y excluyente como es el catalán y su deriva secesionista que culminó con la declaración de independencia de 2017. En el seno de Vox siempre ha habido dos fuerzas que se han dejado ver según convenía. Algunos “analistas” toman etiquetas sin criterio o parámetro en las que engrosar diferentes fenómenos de la realidad sin ton ni son y, a mi entender, eso ha ocurrido con este nuevo fenómeno (o quizá no tan nuevo) al tildarlo con el término “ultraderecha”. Me mostraría enormemente agradecida con que tan siquiera me propiciasen una definición más o menos útil de lo que hoy quiere decir izquierda y derecha, no digo ya sus derivadas ultras.
Pero, dejando a un lado mis deseos caprichosos, siempre he creído que tales etiquetas, por demasiado holgadas, se tornan inservibles para hacernos una composición de lugar. Para empezar, hay una cuestión que debiera quedar bien clara: hasta donde sabemos, formaciones como Fratelli d’Italia o Vox no promueven el fin del sistema democrático. Este hecho, para mi fundamental, no lo empleo como pretexto o defensa de unas formaciones cuyos principios excluyentes no sólo no amparo, sino que detesto. Ahora bien, esto no es óbice para retorcer los análisis a placer tratando de agitar el miedo bajo lemas en los que el ‘fascismo’, ‘franquismo’, ‘totalitarismo’ o ‘dictadura’ aparecen y reaparecen en un arrebato de alta carga emotiva. No, con los datos que tenemos, podemos decir que no es éste el caso (al menos, de momento). Hay fenómenos históricos que tienen un contexto muy preciso y unas raíces muy concretas y para hacer uso de ellos es imprescindible justificarlo adecuadamente y no únicamente a modo de panfleto electoralista.
No obstante, volvamos a lo que nos interesa. Dos almas no pueden arraigar en un mismo cuerpo, o al menos no por mucho tiempo. Y en estas líneas no me estoy refiriendo a la salida de Macarena Olona de la formación verde ni tampoco a su idea de conformar un nuevo proyecto. Aunque de un modo u otro está todo relacionado. En estas líneas me refiero a algo si acaso mucho más grave y capital que revela hacia dónde se ha decantado la balanza y quien parece saldrá vencedor.
El turbocapitalismo encuentra cobijo en Vox
Una de las almas se paseaba sin remilgos en el programa económico que Vox ha venido presentando elección tras elección. Es un programa con medidas más ultraliberales de las que podría presentar el Partido Popular, en ningún caso podemos hablar aquí de proteccionismo o de autarquía. Aplaudido por los medios más próximos al capitalismo exacerbado, las primeras propuestas económicas de este partido que, cabe decir, posteriormente fueron suavizadas de cara a los comicios del 19 de noviembre, defendían cosas tales como el abaratamiento del despido, privatizaciones, rebaja del impuesto de sociedades de 25 a 22% y limitaciones del derecho de huelga[1].
Diciendo proteger a los españoles que pisan el asfalto y valedores de “la España que madruga”, Vox se lanzó al ruedo con la creación de un sindicato que denominaron Solidaridad. Un guiño a ese otro sindicato polaco que, aupado por la Iglesia y poderes extranjeros encarnados en personajes como Thatcher o Reagan, surgió en Polonia en plena guerra fría. Esta es la carta de presentación del sindicato de Vox:
Solidaridad pretende dar una respuesta a las necesidades de nuestros trabajadores y que éstos puedan defender sus derechos ante la traición de unos sindicatos vendidos a los partidos políticos y favorables a la imposición de una agenda global que no se preocupa por sus intereses[2]
Sin embargo, las caretas comienzan a despegarse de los rostros de unos dirigentes que se dicen compungidos y batalladores. Aquí, el alma más cercana a una derecha socialista, en términos de Gustavo Bueno, comienza a sollozar y a hacer las maletas. Los vencedores de la contienda negarán haberse movido un ápice de su posición original. En absoluto. Si tan patriotas dicen ser, mucho me cuesta comprender que prefieran un estado esquilmado a uno fuerte y robusto. Si tan patriotas dicen ser, mucho me cuesta comprender que prefieran aliarse con el fuerte de este u otro país antes que dar protección a los trabajadores que lo mantienen vivo. En absoluto.
Amistades peligrosas
Pero no basta con irse a las disquisiciones de sus programas económicos que quedan muy lejos de sus discursos de cuño populista que intentan abrazar el voto de las masas y de los españoles más vulnerables. La balanza se inclinó el último acto que celebró esta formación política que atrajo las miradas del mundo entero en virtud de un selecto grupo de invitados que dieron apoyo oficial a la formación. Fue aquí cuando se dio el golpe mortal y un alma venció sobre la otra.
Así, los que dicen plantar cara a las élites globalistas y al sistema capitalista anglosajón exhibieron orgullosos en redes sociales el saludo del magnate norteamericano Donald Trump, el mismo que reconoció la soberanía marroquí sobre el pueblo saharaui, el mismo que asfixió con aranceles la exportación de aceite de oliva de los agricultores españoles. Pero éste sólo fue el primer invitado, los mismos que llevan los valores más conservadores por bandera y dicen defender a la familia se apoyan en un extravagante Javier Milei que no duda en mostrarse a favor de la gestación subrogada. Y qué decir cabe de la primera ministra italiana, Georgia Meloni, reconocida atlantista o la propia Marine Le Pen cuyo partido recientemente dio luz verde a la adhesión de Suecia y Finlandia a la OTAN.
Otanistas y neoliberales sin patria saludan afectuosamente a los que se dicen defensores de los más vulnerables, de los desprotegidos y perdedores de la globalización.
Cabalgando contradicciones
A estas alturas he de confesarles mi simpatía por una corriente epistemológica denominada coherentismo que sin duda se hace añicos ante el fulgor verde de esta nueva formación redentora y salvadora.
Una de las ideas capitales de esta teoría es que la verdad de una proposición depende en gran medida de su coherencia con todo otro conjunto de proposiciones verdaderas. De esta manera, para conocer la verdad o falsedad de una proposición ésta no puede ser contrastada atómicamente con el mundo, por el contrario, son conjuntos de proposiciones (en los que éstas debieran convivir sin contradicción) los que han de pasar en su totalidad la prueba de fuego para resolver su verdad o falsedad. Desde este punto de vista, ni siquiera parece oportuno caer en sus redes y tomar las premisas que sostienen para plantearnos si son ciertas o meros embustes, me conformaría de entrada con que el propio conjunto de premisas que dicen defender fuera un todo coherente para poder darle cierto grado de credibilidad e interés epistémico y, como vemos, no lo es.
Ciertamente, el coherentismo no es tan rígido como aparenta ser, acepta en su seno ciertas contradicciones, pero sólo entre aserciones de menor calado, no en lo que respecta a núcleos de premisas fundamentales. Y me temo que lo que tenemos aquí es una contradicción que atraviesa el descarnado corazón de este partido político volviéndolo insostenible de todo punto. De ahí que poco a poco una de las almas haya tenido que expulsar a la segunda, la contradicción insoslayable hace trizas un proyecto ya de por sí perjudicial para los más vulnerables.
Así pues, me temo que pasaremos aún algún tiempo asistiendo Abascal cabalgando contradicciones diciendo amparar aquellos cuyas propuestas más perjudican. Lo veremos cabalgar bajo vítores de Trump, Milei, Orbán o Meloni. Lo veremos cabalgando para hacer reconciliable un discurso de cuño obrerista con unas políticas gravosas para quien lleva sobre sus espaldas demasiados madrugones, demasiado asfalto, demasiado cansancio. Lo veremos cabalgar y no a lomos de Babieca precisamente.
[1] http://poletika.org/data/programas/2019/Programa%20Vox.pdf
[2] https://www.voxespana.es/actualidad/solidaridad-el-sindicato-que-defendera-a-los-espanoles-de-las-oligarquias-y-la-corrupcion-socialista-20200720