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Waterloo y sus fantasmas: la eterna promesa del ‘No pasarán’

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Todos aplauden. Todos sonríen. Todos son ganadores. Todos salimos victoriosos en esta chanza sin final. No es cierto. Los más optimistas lanzan el grito repetido tantas otras veces que ya casi ha perdido su sentido que reza algo así como “No pasarán”. “No pasarán”, “no pasarán”, pero pasaron. “No pasarán”, “no pasarán”, pero pasaron.

Si tomamos esas descontextualizadas y anacrónicas etiquetas que optan por obviar todo contexto histórico, toda situación precisa, que se niegan a los análisis concienzudos basados en hechos, en datos, en un estudio minucioso de las características y de la situación y terminan asumiendo groseramente que Vox puede asimilarse al fascismo, puede abducirse que, en consecuencia, su derrota en las urnas supone la derrota de ese mal llamado fascismo que busca resurgir. Y, la verdad, ojalá fuera tan sencillo. Ojalá tan fácil.

Siguiendo ese mal uso de etiquetas y etiquetajes, creo que lo que tenemos delante no es sino la endiablada situación del “fascismo” que habita Waterloo y que espera ociosamente su merecida sarta de adulaciones edulcoradas. Si nos permitimos hacer por un instante ese mal uso de etiquetas y etiquetajes podemos decir que su fascismo languidece (y no saben cuánto me complace asistir a tal resquebrajamiento), pero habremos de convenir que fascismos hay muchos y diversos. Fascismo se dice de muchas maneras. El fascismo hiere con un sinfín de formas y posibilidades.

No, no creo que Puigdemont guarde con nostalgia camisas negras o azules. No, no creo que Puigdemont sea partidario de cristales rotos, dientes partidos, huesos encarcelados. Sin embargo, puestos a asimilar los fantasmas del pasado e intentarlos encuadrar difícilmente en el presente, tanta afinidad podría decirse que hay en un partido que endulza la dictadura franquista con el fascismo como aquellos que defienden la xenofobia y el racismo. Después de todo, ambos movimientos pueden mostrar tendencias autoritarias y excluyentes. Al igual que el fascismo, el independentismo ha exacerbado las divisiones sociales y étnicas, buscando una homogeneidad cultural y política a expensas de la diversidad. Así como el fascismo promovió la supremacía de una raza o nación, el independentismo puede fomentar la supremacía de una identidad nacional o étnica sobre las pobres bestias con forma humana cuyo ADN adolece de pureza e integridad, cuyos genes se han malogrado por la mezcla.

Además, puestos a seguir haciendo un uso abusivo de las etiquetas, ¿no acaban tanto el fascismo como el independentismo recurriendo a tácticas nacionalistas y populistas para movilizar a sus seguidores y crear una sensación de unidad y orgullo nacional? ¿No emplean ambos movimientos la retórica emocional y la manipulación de la historia para justificar sus objetivos y atraer a sus seguidores?

No nos hemos librado de los ultras, señores, más quisiéramos. Estamos en manos de uno de los más aguerridos negadores de lo otro y lo peor de todo es que en los balcones de aquellos que se dicen progresistas, socialistas, preocupados por los vulnerables, descorchan el champán y gritan “no pasarán”.

“No pasarán”, “no pasarán”, pero pasaron. “No pasarán”, “no pasarán”, pero,… ¿dejaremos que pasen?

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